Thursday, June 22, 2006

LA MADRE DE TODAS LAS GUERRAS EN LA LITERATURA PERUANA

Uso de la Palabra: Encuentro en Madrid
Miguel Gutiérrez (Escritor)

Uno de los aspectos más meritorios del reciente Encuentro de Narradores Peruanos que se celebró en Madrid del 23 al 27 de mayo de los corrientes (25 años de narrativa en el Perú, 1980-2005) fue la amplitud de su convocatoria debido al espíritu abierto y democrático de sus organizadores, entre los que destacan los narradores Mario Suárez Simich, Jorge Eduardo Benavides y la entusiasta peruanista de nacionalidad española María Ángeles.

En los pocos eventos de este tipo a los que he asistido a lo largo de mi vida, casi siempre se trató de convocatorias parciales, más exactamente de amigos de los grupos hegemónicos que dirigen la cultura peruana o de grupos vinculados por aspiraciones regionales o por concepciones ideológicas comunes. Pese a algunas ausencias (por situaciones ajenas a la convocatoria misma), entre mujeres y hombres de los más diversos credos artísticos, procedentes de todas las regiones del Perú y de Estados Unidos y Europa, fueron más de 40 los escritores que se reunieron en Madrid confiriendo representatividad al encuentro.
El acto inaugural corrió a cargo de Mario Vargas Llosa, y las sesiones y debates tuvieron lugar en el espléndido local de la Casa de América. Las ponencias se establecieron sobre la base del carácter pluricultural y multilingüe de la sociedad peruana y de la heterogeneidad de sus literaturas. Como suele ocurrir, las calidades de las ponencias fueron diversas, pero de ninguna manera, sin faltar a la verdad, se les puede calificar de "pobres", como lo ha hecho algún escritor que justamente no contribuyó con ninguna ponencia y se limitó a presentar su novela más reciente.
En mi primera intervención ofrecí un panorama de la narrativa peruana en el período elegido. Por razones de tiempo hice una lectura demasiado parcial de un texto cuya exposición me hubiera demandado alrededor de 50 minutos. Mi propósito fue mostrar de la manera más objetiva (absteniéndome de toda opinión) de lo que realmente se ha escrito y publicado en el Perú y en el extranjero en los últimos 25 años.
Aunque el buen momento por el que atraviesa la narrativa peruana es el resultado conjunto de todas las generaciones vigentes (incluyendo el considerable aporte de poetas que han incursionado en la narrativa), me ocupé principalmente de la producción de las "generaciones" de los 80 y 90, conformadas por hombres y mujeres de las diferentes regiones del Perú. Así, para referirme a una sola generación, conforman la "gente" del 80 Jara, Cueto, Mariella Sala, Zorrilla, Tamayo San Román, Siu Kam Wen, Giovanna Pollarolo, Choy, Niño de Guzmán, Schwalb Tola, Aída Balta, Pilar Dughi, Castro, Guevara Paredes, Leyla Bartet, Suárez Simich, Nieto Degregori, Viviana Mellet, Malca, Iwasaski Cauti, María T. Ruiz Rosas, Ninapayta, Valenzuela. Asimismo consideré a escritores que cabalgan entre dos generaciones, como Colchado (Ancash), Ampuero (Lima), Cardich (Huanuco), Rosas Paravicino (Cuzco) o Panaifo Texeira (nacido en la Amazonía), o a Bellatín (nacido en México) y Herrera (Arequipa), situados en la "generación" del 90, pero que publicaron sus primeros libros en la década anterior.
Si los escritores de los 80 empezaron a publicar bajo el impacto de la guerra interna, los jóvenes de los 90, que eran niños o adolescentes en los momentos más duros de la guerra, iniciaron su producción cuando en la situación mundial se habían producido cambios sustantivos, como el desmembramiento de la URSS y la instauración hegemónica en el mundo de la política y el pensamiento neoliberales (son los días de gloria del señor Fukuyama), mientras en el orden interno se produce la derrota de Sendero y el MRTA y se impone el fujimorato. Existe, es verdad, una cierta estética minimalista que vincula a ambas generaciones, pero existen también entre ellas marcadas (y en algunos casos, radicales) diferencias. Más allá de la búsqueda de una escritura propia, los del 80 continúan la tradición de la narrativa anterior y creen y apuestan por valores como los de la justicia y solidaridad humana, pero no desde una perspectiva ideológico-política, sino humanística. En cambio, los del 90, por lo menos en sus posiciones más extremas, niegan la tradición narrativa, rechazan el realismo, postulan una poética centrada en el yo y en los universos privados, a la vez que abogan por el absoluto descompromiso social y el apoliticismo, si bien su filo político implícito (con resonancias del pensamiento conservador vargasllosiano) se manifiesta en su beligerancia frente a todo aquello que suene a socialismo o a valores comunitarios.
Por razones de espacio no puedo referirme a la riqueza y diversidad que caracteriza a nuestra narrativa última, como lo demuestra la variedad de líneas creativas, una gran apertura temática y la búsqueda y práctica de nuevos géneros. Por eso me excuso por perder estas últimas líneas para esclarecer un supuesto problema que suscitó mi discurso de clausura del encuentro. Dejando de lado lo anecdótico, el malentendido tuvo que ver con la relación del grupo hegemónico que domina los medios de comunicación y los narradores del mundo andino. Aunque sobre ambos temas he publicado libros y ensayos, he dictado conferencias y concedido entrevistas en los últimos quince años (con planteamientos que sigo manteniendo y a los cuales remito a los interesados), para evitar intentos de manipulación o interpretaciones torcidas sintetizaré aquí mis posiciones.
En mi novela “Poderes secretos” llamé "secta garcilacista" a lo que comúnmente se conoce "como argollas" o "mafias" que controlan lo que antes se llamaba "la cultura oficial". En el campo literario este grupo entró en crisis durante el velascato, se replegó en los años de la guerra interna y con nuevos rostros (y algún sobreviviente), en una suerte de cruzada neocarlista recuperó su poder durante el fujimorato y en las condiciones de la derechización del mundo. Que la secta mantiene su poder lo prueban los despachos y crónicas desinformantes (publicados en los medios que ella controla) sobre el desarrollo del encuentro. ¿Son malos escritores? No, no lo son. Pero tampoco son notables escritores que hayan escrito libros verdaderamente memorables. Y menos existe un escritor genial, como se alucina el tonto de la secta.

Uno de los aspectos más importantes de la narrativa actual es el surgimiento de una nueva narrativa andina con autores de indudable valor. Es de conocimiento público que esta corriente es omitida por el grupo hegemónico en sus informes literarios, así como se margina o se minimiza a sus escritores más representativos. ¿Qué hacer frente a esta realidad? En primer lugar, dar al traste las lamentaciones y no pretender ser admitido en los medios que la secta domina, pues es probable que si se le tocan las puertas alguno podrá ser admitido, pero en condiciones de subordinación. No, lo que hay que hacer es persistir en la creación de calidad cada vez más rigurosa y desarrollar una campaña agresiva estableciendo y fundando espacios, revistas y editoriales alternativos pero muy acordes con la modernidad.
Sin embargo, algunas de sus tesis las considero profundamente erróneas, como aquella que sostiene que la narrativa andina represente la esencia de lo peruano y que la sola pertenencia a este mundo sea garantía de calidad. Como dijo el escritor Alfredo Pita, estoy por el desarrollo y esplendor de la narrativa andina. Mas como en cualquier literatura, en la andina existen obras buenas, malas y mediocres, aunque tengo la seguridad que las buenas obras se impondrán pese a los boicots de la secta y su iconografía autoglorificadora. El Perú no es dual, es diverso y múltiple y en esto reside su posible esperanza.

Los escritores y su realidad (Alonso Cueto)

Hace poco, Perú.21 publicó un extenso texto de Miguel Gutiérrez sobre el Congreso de Narradores Peruanos en Madrid. A propósito del congreso, quisiera recordar aquí la generosidad y buen criterio de Jorge Eduardo Benavides y Mario Suárez, dos de sus organizadores, y la calidad de muchas de las ponencias que se presentaron.

En un pasaje de su texto, Miguel afirma que en el Congreso hubo "algún escritor" que se limitó a presentar su última novela. Que un escritor hable de su trabajo en un congreso de escritores no es extraño. Ocurre en todos los congresos internacionales. Si hay algo que los escritores estamos autorizados a compartir es aspectos generales de nuestro trabajo (las fuentes, los procesos de escritura, la conversión de personajes de carne y hueso en ficticios, etc.).Los escritores no somos necesariamente estudiosos de la literatura, capaces de hacer análisis o panoramas literarios. En algunos casos, podemos afrontar esa tarea pero no siempre es lo nuestro. En los congresos de antropólogos o historiadores o músicos, por hacer un paralelo, todos comparten siempre aspectos de sus investigaciones, proyectos y obras.
En otro pasaje, Miguel afirma que en el Perú existe una secta hegemónica, que impide la difusión de los escritores "andinos". La acusación es insólita. La existencia de una secta supondría una conjura sincronizada entre escritores, periodistas, editores y directores de diarios, editores de libros -en confabulación permanente- contra los escritores andinos. Cabe agregar que la hipotética secta debe ser muy inútil, pues los medios mencionan y reseñan obras de Miguel y de otros muchos escritores. La única secta real que existió aquí fue la de la revista Narración, que juzgaba y condenaba escritores en base a su supuesta ideología. Aunque reconoce que el Perú es diverso y que ha dado obras buenas, mediocres y malas, al final de su texto Gutiérrez declara, "estoy por el desarrollo y el esplendor de la literatura andina". ¿Y por qué solo por la literatura andina? ¿No podríamos "estar" también por la literatura de los pueblos selváticos y costeños? ¿Y por novelas nacida de la variedad de habitantes de Lima y otras urbes? ¿Y no deberíamos esperar también el desarrollo y el esplendor de obras fantásticas, de ciencia ficción, novelas de atmósferas privadas, prosas poéticas, novelas policiales, obras históricas? ¿Y qué de la literatura escrita por exilados? Declararse a favor de un único tipo de literatura es construir una trinchera en un campo de batalla inexistente. Las palabras de un buen libro se quedan grabadas en los corazones de sus lectores, vengan de donde vengan. Una novela, cuento o poema bien logrado es un organismo vivo cuyos rayos nos iluminan siempre. Debemos "estar" pues solo por la buena literatura, la que surge de la soledad esencial de sus creadores. De lo contrario, corremos el riesgo, entonces sí, de caer en una visión sectaria, y habremos perdido, en realidad, toda esperanza.

La temible secta limeña (Fernando Ampuero)

La vida literaria peruana, en nuestros días, se presenta movida por aguas borrascosas; vale decir, proliferan los escritores con el resentimiento a flor de piel. Y, como se sabe, el resentimiento (al igual que la razón) engendra monstruos.
Ciertos autores no aceptan que el Perú es un país pluricultural y, en consecuencia, negando a las minorías, lo dividen -lo siguen dividiendo, como en los tiempos de la Colonia- en criollos y andinos. No digieren el mestizaje, no reconocen el derecho de cada autor a escribir sobre lo que ha vivido, ni siquiera reparan que Lima es hoy la ciudad andina-negrachina- amazónica acriollada más grande del país. Solo así se explica la banalidad de sus recientes y penosos reclamos: una supuesta discriminación de los literatos limeños, un supuesto desequilibrio en la cobertura periodística. ¿Decían lo mismo cuando Ciro Alegría o José María Arguedas estaban en la palestra? No, que yo sepa. Nadie se quejaba. Entonces, ¿qué ocurre ahora? ¿No será que no hay escritores andinos de ese nivel que interesen hoy al gran público? Interesa 'Chacalón', interesa Dina Paúcar. ¿No es más bien que no se impone un equivalente literario de rasgos claramente andinos que desate pasiones entre los lectores?

Sin embargo, confieso que no le falta razón al escritor Miguel Gutiérrez, si nos atenemos a su artículo publicado el pasado 29 de junio en Perú.21, cuando nos hablaba de sectas literarias que conspiran contra los autores andinos. Y es precisamente por ello que me veo en la necesidad de informar sobre una experiencia que me ha deparado el destino.
Anoche, mediante una esquela manuscrita, acudí a una cena en una vieja casona de Barranco. Me invitaba un amigo de la infancia a quien no veía hace años, aunque pronto descubrí que ni mi amigo ni la invitación eran de fiar, sino que me habían tendido una trampa. En la casona me recibió un mayordomo que me condujo a un enorme salón sin muebles. Allí me pidió que aguardara, y luego se esfumó. Solo, bastante extrañado, me sentí inquieto ante tal acogida. Pero pronto extrañeza e inquietud se tornaron sorpresa y auténtico pánico cuando vi que por una pequeña puerta secreta (camuflada en una chimenea) irrumpían doce individuos ataviados con túnicas y capuchas negras, algunos de ellos enarbolando antorchas encendidas y otros arrastrando una joven, peluda e inocente alpaca atada con una soga. "¡Los escritores andinos nunca tendrán tanta prensa como los limeños!", exclamó uno de los encapuchados y, acto seguido, sacó un filoso cuchillo y degolló a la alpaca. "Nosotros, por si aún lo ignoras, somos la secta de escritores criollos que ningunea a los andinos", "¡Caray!", me asombré. "¡Entonces existen!", "Claro. Ya nos estás viendo". En realidad, a duras penas podía ver ojos y bocas a través de los huecos de las capuchas, y no resultaba nada fácil identificar, en esas miradas afiebradas y en esos labios sedientos de sangre andina, a ningún autor limeño. ¿Quiénes se ocultarán aquí?, pensé. ¿Iván Thays, Alonso Cueto, Jorge Benavides, Óscar Malca, Enrique Planas, Mirko Lauer, Jaime Bedoya, Santiago del Prado? No estoy muy al tanto de la vida literaria para dar más nombres, pero no me parecía que pudiera ser alguno de ellos. "Te necesitamos, Ampuero", exclamó el degollador. "Queremos que trabajes para nosotros", "No, por favor", contesté. "No me metan en líos. Ya tengo bastante con los narcos y con los cerveceros, que me amenazan, y a ellos se han sumado ahora unos dolidos poetas que sienten que he invadido sus feudos y que odian peor que peluqueros de señoras. Además, estoy a punto de publicar un nuevo libro y aprovecharán para atacarme". "No tienes alternativa, Ampuero; tienes que ayudarnos"." ¿En qué?". "Tenemos infiltrados y queremos detectarlos. Alguna de nuestra propia gente está ayudando a Miguel Gutiérrez, líder de los andinos". "Explíquense, por favor". "Gutiérrez ha publicado en Perú.21, que es un diario de nuestra secta (¡cómo diablos ocurrió esto! ¡por qué han consentido tales publicaciones!); incluso, en El Comercio, le han dedicado muchas notas y hasta un espacio destacado en una de sus enciclopedias. Esto es alta traición. ¿Quién permite que ocurran tales descuidos? Ampuero, te encargamos que lo averigües .Es algo que nos urge, pues ya se viene la Feria del libro de Guadalajara, donde el Perú es invitado de honor". Así que, queridos lectores, no piensen que el señor Gutiérrez padece delirio de persecución. Hay, en efecto, una secta que detesta a los autores andinos, y además, para colmo -tengan cuidado, literatos limeños-, hay autores andinos que están saboteando a esta secta limeña infiltrándose en los diarios que domina la "cultura oficial".

Cora Cora Melody (Fernando Ampuero)

Una absurda guerrita entre escritores peruanos está en marcha. Y para colmo de males no se centra en el debate literario, ni en discrepancias ideológicas o políticas, sino en algo que por decir lo menos resulta tristemente banal: la cuota de fama o, si se quiere, el esquivo reconocimiento que ciertos escritores reclaman para sí mismos. Como si aún algunos hombres de letras no supieran que la literatura, en lo esencial, está hecha de derrotas; como si se olvidaran que a muchas celebridades de antaño ya no las leen ni sus ahijados.

No hay amor más sincero que el amor a la lectura. La gente lee lo que le gusta, o bien lo que le interesa. He pasado buena parte de mi vida viendo cómo los críticos han hecho trizas ciertas obras, mientras los lectores se obstinaron en contradecirlos. Y muchísimas veces, aunque no siempre he coincidido con ellos, son los lectores quienes llevan la razón.

¿Le duele a alguien no ser elevado al olimpo? Comprendo sus sentimientos. Pero en esta materia todo tiene su razón de ser. Yo soy partidario de hablar claro y de llamar a las cosas por su nombre: aquí y ahora, en la artificiosa pugna que un grupo de escritores andinos entabla contra un colectivo de escritores criollos, y que el novelista Miguel Gutiérrez propicia desde hace unas semanas, sólo veo dos cosas: resentimiento y un manifiesto delirio con ribetes cómicos. Ciertos autores andinos, según Gutiérrez, se quejan de la mayor cobertura periodística que obtienen los autores criollos frente a los andinos. Y atribuye esta nefasta actitud de la prensa a "la hegemonía de una secta literaria", una secta secreta, que controla los medios. ¿Un Ku Kux Klan de limeños recalcitrantes? ¡Dios mío!

Las coberturas de prensa, que yo sepa, se explican por el célebre olfato que manejan los periodistas. Y éstos saben que, en nuestros tiempos, los autores criollos generan más interés entre los lectores. Hablo de Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, por citar a las plumas estelares vigentes. Hace unos días, en el supermercado Wong, el buen Bryce firmó 600 ejemplares en una tarde de su reciente libro de memorias. Ambos venden miles de ejemplares de sus libros tan pronto salen. Estos son hechos. Estas son cifras. Y hace unos años ocurría también lo mismo con Julio Ramón Ribeyro. Pero si quieren ejemplos menos apabullantes, ahí está Jaime Bayly, que dicho sea de paso cholea a medio mundo en sus libros, pero que vende y en todos los sectores, no solo entre los criollos. Rafo León, Alonso Cueto, Jorge Benavides, Toño Angulo, etcétera, venden e interesan a los lectores. Sé que no es de buen gusto que mencione mi obra, pero yo, modestamente, he agotado varias ediciones de mis novelas y cuentos, y una crónica novelada que se vendió como pan caliente. Es el mercado quien habla, y la prensa, en consecuencia, atiende ese clamor. La prensa, por cierto, responde a su vez a los criterios de calidad. Pero sin olvidar que lo que vende más periódicos son los autores que agotan ediciones. Hay buenos y malos libros entre los escritores que venden, eso se sabe. Si a mí me dan a escoger entre las novelas de Bayly y los cuentos de Edgardo Rivera Martínez, exquisito autor andino, opto por el segundo. Pero no me pongo una venda en los ojos frente a las demandas del
mercado.

A mediados del siglo veinte, sin embargo, esto no ocurría. Los autores más leídos y vendidos eran autores andinos. A todo el país ilustrado le interesaban Ciro Alegría y José María Arguedas. Yo los he leído, y aún los leo, con verdadera pasión. Igualmente me atraen los cuentos de López Albújar y de Eleodoro Vargas Vicuña, este último un buen anticipo del genial Juan Rulfo. En esos días, sin lugar a dudas, los escritores andinos reinaban y no recuerdo que los autores limeños o criollos de entonces hayan protestado por la cobertura periodística que esos autores justamente merecían. ¿Qué sucede ahora? Algo francamente ridículo. Un grupo de autores andinos, cobijados bajo el ala de Miguel Gutiérrez, reclama atención. Pero, ¿hay razones para dársela? ¡Por favor! No existe un escritor andino de la dimensión de Alegría y Arguedas. Ni siquiera existe el equivalente literario del mestizaje que encarna Chacalón, o Dina Paúcar, cantantes con profunda raigambre andina y que de hecho consiguen un gran rating de sintonía, llenan estadios y, naturalmente, convocan el interés de la prensa. Y esto no es una invención de los sociólogos. La música chicha genera biopics consagratorios de sus artistas emergentes, convoca multitudes, interesa al gran público que lee diarios y revistas.

Miguel Gutiérrez es un escritor correcto ("políticamente correcto", diría) y respeto a quienes lo celebran, pero a mí no me gusta. ¿Es esta una limitación mía y no suya? Podría ser. Yo, en todo caso, he dado públicamente mi opinión y la he repetido por escrito. Del mismo modo, tampoco me interesa Mario Bellatin, autor a quien se cataloga de criollo. Bellatín escribe bien, aunque a mi juicio es frío: no me mueve un pelo. (Hoy, según me dicen, ha mejorado en sus últimos libros). Pero en lo que respecta a Gutiérrez no tengo ninguna duda. No me convence su prosa, ni su percepción del mundo. Su novela, La violencia del tiempo, fue para mí un soporífero y hasta una
paliza. A mitad del primer tomo acabé escupiendo las muelas.

El Perú ha cambiado. Lima ya no es la ciudad de Abraham Valdelomar, escritor finísimo que admiro y un provinciano que se convirtió en nuestro primer escritor moderno y criollo. Lima es una ciudad de 9 millones de habitantes y es la ciudad andina más grande del Perú. Pero casi todos los migrantes andinos que recalan por esta villa entran en metamorfosis al día siguiente. Su adaptación es casi instantánea: se compran jeans, anteojos oscuros y unas zapatillas Nike, y se ponen a bailar cumbia andina (música tropical criolla, mezclada con ritmos andinos). Quieren ser criollos, quieren ser limeños, y, en efecto, lo consiguen. Hoy en día constituyen los nuevos limeños. No todos se integran a las clases altas y medias altas, es cierto (aunque ya llegarán, pues Los Olivos está creciendo), pero la mayoría decide nuestro destino político, pues son ellos quienes eligen a presidentes y congresistas. Y estoy seguro que la nueva literatura andina-criolla, cuando tenga un autor que la sepa expresar en lo literario como sí lo hacen los cantantes chicha, vendrá de los conos. Por el momento, en cuestión de lenguaje escrito, lo único que expresa y refleja hoy a esas mayorías andinas-criollas es la prensa chicha, una suerte de periodismo-ficción.

Dina Paúcar, de otro lado, tiene entre los criollos una pálida contrapartida. No es la alemancita simpática que se disfrazaba de mamacha y cantaba y zapateaba en canal 7. Es un buen músico de jazz y rock, Miki González, quien hace fusiones de jazz y huaynos, un mestizaje a la inversa, aunque sin la gran repercusión de las cumbias folclóricas.

La peruanidad, que es una suma de mestizajes, cuenta con diversas minorías que buscan su representación literaria. Los chinos (Siu Kan Wen), los negros (Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros, dos excelentes autores), los judíos (Isaac Goldemberg), los amazónicos (Róger Rumrrill), y, desde luego, los llamados blancos limeños, que por lo general son mestizos que pueblan la capital desde hace quinientos años. Aquí, pues, hay sitio para todo y para todos, y cada uno tiene derecho a escribir sobre lo que conoció y lo que ha vivido. Así lo dije, en Madrid, en el reciente congreso de escritores. Si yo me pusiera a escribir sobre la cotidianeidad de Cora Cora, no me saldría bien. Sonaría falso. Pero escribir sobre Lima, o sobre Miraflores, o sobre las vicisitudes de los limeños que deambulan por los países del mundo, es lo que me va bien. Resulta coherente y honesto. Y ello, desde luego, no deteriora mi identidad nacional. No me hace menos peruano que el resto de los peruanos.

Que existe racismo en el Perú, nadie lo duda. Que no somos un país integrado, ni qué decir. Pero tal vez mucho de este racismo (que viene de los dos lados) y mucha de esa desintegración desnuda nuestros conflictos y abona en favor de nuestra riqueza literaria. El país literario, en todo caso, no debería contribuir a que por quítame estas pajas vivamos constantemente enconados

Clásicos de la Provincia (Beto Ortiz)

Los personajes de la literatura peruana de la actualidad son analizados por el periodista con su característico estilo, sin pelos en la lengua.
Eternos "cover-boys" de nuestra literatura, Ampuero del Bosque y demás glorias del criollismo se desmelenan defendiendo su derecho a seguir posando solos para la foto hasta nuevo aviso. O hasta que salga un nuevo Arguedas, por lo menos. Una primicia: De acuerdo con la atendible lógica de "Los Regios", nuestros columnistas Fernando Maestre y Frieda Holler son los mejores escritores peruanos vivos después de Mario Vargas Llosa. "Sé que no es de buen gusto que mencione mi obra, pero YO, modestamente, he agotado varias ediciones de mis novelas y cuentos y una crónica novelada que se vendió como pan caliente", se agasajó esta semana, a piacere, el ingenioso hidalgo de los "novelistas criollos" Fernando Ampuero, en sorpresivo 'road-show' multimedia que -a juzgar por su súbita laboriosidad y por la matemática sincronía de sus apariciones- no hace sino presagiar inminente lanzamiento de libro nuevo, además de permitirle perfeccionar el llamativo 'look' gris-plata-Audi-A4 con que reincide -para la foto- en su ya legendaria pose "ta-qué-rico-que-soy" tan ideal para poner en la solapa. Seamos justos: Nunca lo habíamos visto tan cerca de Hemingway como ahora.

(Soy consciente de que por muchísimo menos que el párrafo anterior se puede ser confinado de por vida al área de servicio en la solariega casona de las letras nacionales, área reservada, como se sabe, a los escritores "andinos" o "cobrizos" como va a ser siempre y como tiene que ser, caballeros, les guste o no, aquí se reserva el derecho de admisión y no hay tu tía. Vayan haciéndose a la idea. Mas lamento decepcionarlos, andinistas: no es menester parecerse físicamente a Marcial Ayaipoma ni escribir yaravíes para ser obviado olímpicamente por Férnan y esa influyente y carismática manchita dominical de "Ciclistas del Mediodía" que tan poéticamente pedaleó, de cebichería en cebichería, hasta finales de la década pasada. Para ser declarado mueble, basta con no haberles reventado cohetes suficientes mientras tuviste la magnífica oportunidad. Acabo, pues, de suicidarme, como pueden apreciar. Lejos de su gracia, ya se sabe, no hay más destino que el polvo inexorable del olvido).
Okey, ya está. Ahora, a lo nuestro: agotar varias ediciones -dice- vender como pan caliente, ¿qué significa? Hagamos números. A ver: El escritor español Arturo Pérez Reverte vendió más de dos millones de ejemplares con su novela Las Aventuras del Capitán Alatriste. Un millón doscientos mil, la traducción al español de El código Da Vinci de Dan Brown. 400,000 libros vendidos en solo una semana fue el récord de García Márquez con Memoria de mis putas tristes, según informes de la editorial Random House-Mondadori.
"Hace unos días, en el supermercado Wong", -se jacta Fer, en no sé cuál de sus inusuales artículos de esta semana, con orgullito prestado- "el buen Bryce firmó, en una tarde, 600 ejemplares de su reciente libro de memorias". ¿Bryce en Wong?, ¡manya!, ¡qué maldito! ¿Quién auspiciaba?, ¿Tacama?, ¿Navarro-Correas?, ¿Absolut Vodka? No sé por qué pero me cuesta trabajo imaginarme a otros grandes de la literatura universal autografiando en el supermercado: "Estimados clientes, les informamos que, de 3 a 6 de la tarde, el renombrado autor José Saramago estará firmando ejemplares de su última novela en la sección lácteos donde usted y familia podrán también degustar los nuevos sabores tropicales de Milkito Light: mango, guanábana y maracuyá."
Pero no contento con hacernos jojolete con la cantidad de libros que vende su estimado choche que, por si lo han olvidado, es, además, el osito de felpa de la narrativa peruana y el escritor más querido -o perdón: entrañable- del país, Ampuerín se pregunta: "¿Le duele a alguien no ser elevado al Olimpo?". ¿El Olimpo? Aguanta tu carro, causa. Aguantafá. ¿El Olimpo?, ¿in Perú? Distinguidos habitúes de la pastelería "San Antonio", tengo noticias para ustedes: el único Olimpo que hay en Lima queda en la Plaza Manco Cápac de La Victoria y es un teatrito charcheroso que hiede a berrinche y en el cual, por una módica suma, puede uno deprimirse en medio de la muda contemplación del strip-tease continuado de algunas de las señoras más tristemente flácidas del país. "Ser elevado al Olimpo!!!" Gimme a fucking break.

En el Perú, donde si vendes mil libritos ya puedes darte por recontra bien servido y si, encima, te piratean, tienes derecho a salir a hacer caravana, el eterno top del ranking de ventas -como es obvio- es Vargas Llosa: 40,000 con cualquiera de sus últimas novelas.
Pero, cuidado, hay dos que venden exactamente lo mismo: Frieda Holler, la emperatriz del charm, y el psicólogo Fernando Maestre. Tanto Ese dedo meñique, exitosísimo manual de buenos modales de ella, como el primer tomo de Era tabú de él -un compendio de sus proverbiales consejos sexuales de abuelita-, alcanzaron la misma espectacular cifra de ventas a la que otros jamás llegaremos ni en nuestras más lúbricas fantasías. Allí tienen. Tomen mientras. Corónenlos ipso pucho de laureles. Ríndanse ante las delicias de su prosa. Podrá decirse que eso no es literatura. ¿Por qué, ah? Total, libro es libro. Si las listas de más vendidos de las librerías limeñas mezclan en un solo saco a Deepak Chopra con la guía turística Perú Legend, la filosofía Freddy Ternero, los Piratas del Callao y los alegres dibujitos de Carlín. Libro es libro. Y si vende, es bueno. Y se acabó. Todo lo demás es envidia, roña, tiña, la venganza del cobarde, pataleta, ñe-ñe-ñe, piconería.
Un 'best seller' en el Perú es cualquier cosa que venda por encima de 4,000 ejemplares. Y es un súper 'best seller', si pasa los 10 mil. Hay por ahí, dando vueltas, un periodista que vende como 15 mil ejemplares de cada libro que saca pero -a menos que lo atropelle un Enatru- no lo mencionaremos por su nombre aunque nos maten porque se la tenemos recontra jurada. Además, es cholo. ¿Entienden? Así es la nuez. Si no me cae bien, no lo menciono y si no lo menciono, no existe. Voilá. Es así como funciona la cofradía. No le digan mafia, tampoco secta. Suena horrible. Es apenas un alegre círculo de regios criollitos fotogénicos y dicharacheros al que, malhaya nuestra suerte, no pertenecemos. No seamos, pues, tan igualados. Ubiquémonos. Nosotros no somos como los Orozco. Yo los conozco, son ocho los monos: Nano, Toño, Alonso, Alfredo, Willy, Pita, Balo, Iwasaki. Nosotros no somos como los Orozco. Yo los conozco. (bis).
"¿Qué sucede ahora?" -guapea Ampuero del Bosque, como quien dice: ¿qué cosa pasa acá, carajo? - "Algo francamente ridículo. Un grupo de autores andinos, cobijados bajo el ala de Miguel Gutiérrez, reclama atención. Pero, ¿hay razones para dársela? ¡Por favor!". La frase le habría quedado más redonda, si escribía: ¿hay razones para dársela? S' il vous plait! "No existe un escritor andino de la dimensión de Alegría y Arguedas" -sentencia el autor de Deliremos juntos que, como sus millones de groupies en todo el orbe sabemos, se llama también Paren el Mundo que acá me bajo. Me pregunto: ¿Y por qué les ponen la valla tan alta, ah? ¡Qué buena vaina! ¿Desde cuándo hay que ser Arguedas para salir en Circo Beat si Niño de Guzmán -que escribe un libro cada 20 años- sale todas las semanas? "Las coberturas de prensa, que yo sepa, se explican por el célebre olfato que manejan los periodistas" -se justifica. Yaaa, cuñau. Y el número de portadas que logra un pintor se explica por el número de cuadros suyos que hay en las casas de los editores o de los dueños, ¿no es verdad? "Ni siquiera existe el equivalente literario del mestizaje que encarna Chacalón" -insiste.
Siguiendo el mismo símil musical, entonces, ¿qué vendría a ser él?, ¿el Gianmarco Zignago de la literatura?, ¿su Gasparín? Y como si fuera necesario terminar de hacer alarde de sus reconocidas dotes de peruanista visionario, Ampuero cierra con el broche de oro de una gallarda concesión que -aunque contiene una premonición aterradora- lo enaltece: "No todos (los escritores) se integran a las clases altas y medias altas, es cierto, aunque ya llegarán, pues Los Olivos está creciendo". Y al Malecón Cisneros, poquito a poco, se lo está comiendo el mar, faltó agregar.
Pero de todo su Cora-Cora Melody (título que, lamentablemente, no es tan chistoso como él cree pues parodia el nombre de un libro menos conocido de lo que él quisiera), mi frase favorita es esta: "Mario Bellatín escribe bien, aunque a mi juicio es frío: no me mueve un pelo". ¡Eso sí que es un exceso imperdonable! ¿Qué nomás habría que escribir para moverle un pelo. a Ampuero? Es como si una noche de estas, Hildebrandt terminara de volverse loco y exclamara: "¡Me llega altamente!" Hildebrandt, claro. Ya estaba tardando. ¿Hasta cuándo seremos, señor, tan absolutamente previsibles y aburridos? Magalita Hildebrandt contra Giselita Ampuero. Ampuero Capuleto contra Hildebrandt Montesco. Bah. Desde los chanchullos de Almeyda hasta las nuevas voces de la poesía, todos los temas humanos y divinos pasan obligatoriamente por el escrutinio de los mismos inofensivos Tom y Jerry de toda la vida que, queriendo intercambiar deliciosas pullas, no se les ocurre mejor cosa que tratarse de "renombrados zonzos". Tres veces bah. Y lo peor de todo es que luego el Enano agarra y se cruza y va y vuelve a escribir y escribe y de su almita brotan lombrices, tenias solitarias como esta: "Esos que han pujado toda su vida para que les saliera un párrafo indoloro, una frase con alas, un adjetivo que no goteara en la micción de un cólico nefrítico". ¿Cómo dijo?, ¿un-adjetivo-que-no-goteara-en-la-micción-de-un-cólico-nefrítico? Ay, Enano, Enano, ¿cómo te lo explicamos para que no te nos ofendas? No insistas más. Claudica. Ríndete. Es inútil. Escribes hasta el culo.


Uso de la palabra: Poderes literarios (Miguel Gutiérrez)

La polémica literaria iniciada en Perú.21 por el escritor Miguel Gutiérrez continúa. Gutiérrez responde ahora a los artículos de Alonso Cueto y Fernando Ampuero

En respuesta a mi artículo publicado el 29 de junio en Perú. 21, Alonso Cueto emplea una treta desinformante haciéndome decir, a propósito de la narrativa andina, lo que en ningún lado he sostenido, como el lector lo puede comprobar en el último párrafo y en la totalidad de mi texto, escrito conforme al espíritu que reinó en el Encuentro en Madrid. Pero no voy a polemizar con Cueto ni tampoco con Fernando Ampuero (también él, era previsible, me atribuye concepciones que no son las mías sobre la narrativa andina), quien, según costumbre limeña antigua, primero intentó banalizar el asunto a través de una sátira (más bien elemental), y luego, descontento consigo mismo, en un artículo más reciente, lleno de soberbia y amargura, intenta descalificar mi obra. Aunque a él le sorprenda, yo no estoy de acuerdo con otros colegas que lo tildan de narrador malo o mediocre.
No, pienso que Ampuero y buena parte de su entorno son escritores razonablemente aceptables de nivel medio e, incluso los mejores de entre ellos, de nivel medio considerable. Pero al margen de esto, reconozco un mérito de Cueto y Ampuero: el haberse reconocido como miembros de la "secta" que, según denominación de larga data, otros llaman mafia o argolla.
"Mafia", "secta", "argolla" son metáforas que entre nosotros aluden al grupo que domina y dirige la vida literaria del país. Pero ¿existe todavía un grupo de esta naturaleza? Increíblemente sí, aunque ya no dispone ni mucho menos de ese poder casi omnímodo que detentaba el círculo en su época dorada (los años 50 y los 60). A los integrantes del núcleo original, la gente de mi edad los recuerda como hombres exquisitos, elitistas, de modales algo lánguidos, casi virreinales, que los unían, además del espíritu de casta, ciertas ideas estéticas, antes que políticas. Sus críticas eran abiertamente discriminadoras con los escritores que no pertenecían al cogollo clasista. Si el libro tenía calidad y ya no podían ignorar al autor, con suave perfidia limeña condescendían a escribir sobre él, minimizando sus logros y agrandando sus supuestos defectos, con prosa bizarra, José Miguel Oviedo, leve y sutil, Abelardo Oquendo.
Hacia fines de los 60 el grupo entra en crisis y se escinde por discrepancias en relación con Velasco y Fidel Castro. Entre tanto han ido surgiendo en diferentes regiones del país importantes agrupaciones literarias, lo cual era reflejo de los cambios sociales que estaban ocurriendo en el país. Dentro de este proceso aparece el Grupo Hora Zero (es también el caso particular de Narración) conformado por poetas que provenían en su mayoría de las provincias. Para espíritus tan sensibles aquello debió ser una suerte de irrupción de los bárbaros. Y lo que les resultaba intolerable: no eran malos poetas. Todo lo contrario. La suya era una poesía impetuosa, de épica callejera y de inusitado esplendor verbal. Como ya no tenían el monopolio cultural y estaban debilitados por la escisión, los que quedaron del clan tuvieron que abrirse a ellos y a otros escritores que empezaban a publicar para mantener alguna vigencia.
Durante la guerra interna el agónico círculo se repliega, mientras La Prensa, que vive sus últimos días, es tomada poco menos que por asalto por un reducido grupo de jovencitos formados en la doctrina neoliberal (Bayly será la figura más conocida) pero sobre todo imbuidos de espíritu anticomunista. Finalmente, dentro de un contexto que diseñé en mi artículo anterior, el viejo clan se reagrupa y reestructura con nuevos rostros y el apoyo discreto y pertinaz de los sobrevivientes del grupo de los mandarines. Por supuesto, se han operado algunos cambios entre estos y aquellos, el más importante de los cuales, creo yo, es el bajón que se ha producido en estos años en cuanto a formación humanística y calidad literaria de sus integrantes. ¿Algún otro cambio? Entiendo que varios; por ejemplo, si bien es verdad que pretenden imitar las formas señoriales de los fundadores, lo que los define es la frivolidad y el cinismo, como un remedo criollo y tercermundista del espíritu postmoderno.
Como sabe que ya no puede establecer una hegemonía absoluta, pues a lo largo de las últimas décadas se han abierto nuevos espacios en el mundo literario, el grupo recompuesto logra rescatar una parcela importante del poder que dirige sin concesiones ni miramientos. Utilizando los vínculos que ha heredado se hace fuerte en los medios de comunicación de mayor influencia: periodismo escrito, televisión, radio, diversas revistas, como Hueso húmero (donde Mirko Lauer, poeta de segundo orden y narrador deficiente, pretende establecer el canon de la literatura peruana), editoriales (Peisa, entre otras), de las cuales son asesores y sus secretos lectores. Para ejercer su dominio y control, las figuras estrella (y las que permanecen en la sombra) han creado una suerte de sistema de mayordomías (a cuyo engranaje pertenece el tonto de la secta) encargado de glorificar a sus jefes y de hacer el trabajo sucio con las obras de autores que no gozan de la simpatía del grupo. De esta manera la resucitada argolla coopta a jóvenes de algún talento e incluso de talento notable, quienes (con las muy nobles excepciones) a cambio del éxito fácil y la gloria efímera inician la perdición de sus almas.
Uno de los objetivos de la Revista Narración (para responder a una línea del escrito de Alonso) fue, precisamente, crear un medio propio de expresión para romper la hegemonía de los mandarines de la cultura oficial del Perú. El hecho que apostásemos por el socialismo no nos convertía en sectarios como pretendía la vieja intelectualidad señorial, pues no hicimos más que adherirnos a una aspiración legítima de las sociedades humanas. Por cierto, dentro del grupo existían diferencias en la manera de entender el socialismo y en el camino a seguir para alcanzarlo, lo cual no impedía que marcháramos juntos en nuestra lucha en la arena cultural. Desde que salió el primer número de Narración, luego de un período de silenciamiento, fuimos objetos de sátiras y burlas, de marginación y de acusaciones diversas, como el de ser escritores acomplejados, envidiosos y mediocres, fanáticos y estalinistas. Sin embargo, todos los que escribieron en la revista continuaron construyendo una obra caracterizada por sus diversas concepciones artísticas, en relación con los temas, estructuras, técnicas y lenguaje.
En última instancia, toda ficción narrativa estéticamente lograda revela los dramas universales de la condición humana, dramas que pueden desplegarse en escenarios costeños, andinos o amazónicos, rurales o urbanos. Es verdad que los escritores suelen escribir sobre las realidades que conocen desde adentro, lo cual no debe implicar una limitación a sus facultades creativas. Pues a los creadores de ficciones les asiste el derecho de apropiarse de cualquier espacio real, imaginario o mítico, sin otro límite que el que les impone la propia imaginación y la audacia creativa. Un escritor costeño puede escribir sobre su aldea, pero también sobre Lima, sobre los pueblos andinos (incluyendo, por cierto, Cora Cora) o sobre el maravilloso y duro mundo de la amazonía. Igualmente, tiene la libertad de explorar las grandes ciudades del mundo, del presente y el pasado. O bien crear espacios absolutamente imaginarios o entrevistos en los sueños y pesadillas. Sólo un mandato no puede transgredir: el imperativo artístico que legitima cualquier obra.


Lima, capital del resentimiento (Fernando Ampuero)

El autor de Miraflores Melody (1974) y de El enano, historia de una enemistad (2001), entre otros, señala el origen del debate entre escritores andinos y costeños.
Lo que empezó como un reclamo trivial se torna ahora en un "yo no dije lo que dije" y, como de costumbre, en un "todos contra todos". Para quienes no están al tanto del desaguisado, la reciente polémica entre escritores criollos y andinos -una antigualla, por cierto- se inició por una cuestión de vanidad herida y de necesidad de llamar la atención. Un grupo de escritores andinos, liderados por Miguel Gutiérrez, se quejaba, y se queja aún, de que los autores limeños figuran más en la prensa que los andinos. Y que ello se debe, según Gutiérrez, al extraordinario poder de Alonso Cueto, Iván Thays y Fernando Ampuero, una secta de escritores limeños que tiene sometida a la prensa bajo su total dominio y control.
Es indispensable señalar que Cueto, Thays y Ampuero no dirigen la sección Cultural de ningún diario. ¿Cómo es que entonces esta presunta secta domina los medios? ¿Y cómo explican que, en los últimos días, nosotros, los poderosos controladores, hayamos permitido que nos agravie el pequeñín abusador en La República; Ortiz, Mora y Miguel Gutiérrez en Perú.21; un chiquillo ofendido y ventrílocuo (con su muñecón Reynoso) en Caretas, y uno que otro termocéfalo en El Peruano?
¡Qué control ni qué ocho cuartos! ¡Prensa parametrada era la de ellos en los años del velasquismo! Nos acusan de algo completamente estúpido. Y, a decir verdad, no creo que tales imputaciones les hagan mucha gracia a los jefes de las páginas culturales de los diarios de Lima. ¿Les gustará que Gutiérrez los considere los "siervos de la mafia"? ¿O acaso, en aras de lo políticamente correcto, lo que pretende este señor es intimidarlos para que, cuando un autor criollo o limeño publique un libro, no sea bien reseñado ni entrevistado en forma imparcial? Quién sabe.

Los desconocidos de siempre.
Ciertos escritores andinos, ya se sabe, han ordenado un zafarrancho de combate, buscando alianzas con otros egos insatisfechos. Y así, en un festival de invectivas y reproches, juntan fuerzas con algunos bravucones poetas de los setentas (recién salidos de las catacumbas, en un febril desempolvarse del olvido), y con la clásica reserva de espontáneos (ellos cuentan con amiguetes en diarios y revistas) dispuestos al cargamontón. Pululan, pues, los eternos resentidos (todos con su pesada mochila de expectativas frustradas), los que siempre operan en la sombra sin atreverse a dar la cara y, desde luego, los que no tienen vela en este entierro (por ejemplo, el pequeñín abusador, ventilando su alambicada jerigonza, y el alicaído Beto Ortiz Pajuelo, aislando frases de contexto y trasmutando un lío menor entre escritores en un desaforado ataque personal).
¿Qué busca este hatajo de exaltados? ¿Una invitación a la feria de Guadalajara? ¿Un flash de fotógrafo? ¿Un párrafo en la historia literaria local? Viéndolos tan coléricos, yo me digo, como en el poema de Brecht, ¡cuánto sufre esta gente! Lima es una ciudad patética, no poética. Y es que, aun cuando estamos llenos de poetas, no hay por aquí mucha poesía.
¿Quién lo ha nombrado el fiel de la balanza? En su envanecida visión de sí mismo, Miguel Gutiérrez se arroga el derecho de juez supremo y hasta se pone magnánimo. Él osa calificarnos como autores "de nivel medio considerable, incluso los mejores de entre ellos", dando por descontado que lo suyo es lo literariamente encomiable. ¿Y en qué criterios se ampara? La lucha de clases, sin duda. En el primer número de la revista Narración se publicaron Los dictámenes de Mao Tse Tung sobre el arte. Gutiérrez nunca fue socialista como ahora se quiere hacer pasar, sino maoísta. Y no hay que olvidar que hasta 1986, en su ensayo La generación del 50, afirmó nada menos que Abimael Guzmán era una inteligencia superior y el gran paradigma de los peruanos [Pág. 263]. (¿Quién es, entonces, el sectario? Sendero Luminoso sí que era una secta).
A tal punto resulta clasista en sus fobias que, en el congreso de Madrid, confesó en público que, mientras estudiaba en la universidad, odiaba sin ninguna razón, solo por su aspecto, a "un joven alto y blanco". Se trataba de Javier Heraud, a quien descubriera como poeta en un recital. Le costó mucho aceptarlo, dijo, y, al parecer, solo lo aceptó después de que este muriera acribillado en la selva de Madre de Dios.
Gutiérrez, por último, recoge el sentir telúrico de sus huestes y cae aparatosamente en la frivolidad. En Madrid -yo lo oí personalmente- admitió que las quejas de los escritores andinos eran excesivas y que estos tenían también cobertura periodística, al igual que los limeños, aunque las fotos de los limeños, enfatizó, siempre salían más grandes.
¿Qué revela tan pintoresca observación? Que el móvil de sus ataques es que no se siente lo suficientemente acariciado. Por eso fustiga a Oviedo y a Oquendo, tildándolos de antiguos mafiosos, y ningunea injustamente a Mirko Lauer, director con Oquendo de la excelente revista Hueso Húmero. No los considera destacados escritores, críticos y promotores culturales, sino definitivamente discriminadores y parte de un "cogollo clasista".
Yo dije en mi artículo Cora Cora Melody (Caretas, 1881) que Miguel Gutiérrez me parecía un soporífero. Ahora debo añadir algo más: es de hecho un escritor sobrevalorado.
Un diccionario de resentimientos. Casi desde su fundación, Lima es la capital del resentimiento. Somos muchos, nos percibimos diferentes, y pocos aceptan al otro. Cohabitamos en esta suerte de versión salvaje de una ciudad moderna. Aquí la tolerancia está devaluada y la degradación de la vida política nos contamina: reinan los corruptos, los cogoteros, las combis asesinas y, en lugar privilegiado, los maledicientes. Producimos resentidos en serie. Claro que algunos tienen sus buenas razones para detestar al prójimo, pero la mayoría, sobre todo en el país literario, busca pleitos por deporte (el juego del 'Palo ensebado', donde la diversión consiste en tirarse abajo a cualquiera que nos amenace con su éxito), o bien solo por lograr que sus nombres se conozcan. Sin embargo, ¿entienden todos cabalmente por qué son estos pleitos?
Para sacarle el jugo a tanta pelea, habría que escribir un Diccionario de resentimientos, dando los diversos motivos de los odios mutuos entre cada litigante, incluyendo al margen notas explicativas sobre la ira o las pataditas solapas de quienes gratuitamente se compran el pleito. Si A fustiga a B, digamos, y B está enemistado con C y D, entonces, estos últimos generan una virtual alianza con A y le hacen apanado a B y, de paso, le disparan a X y Z, por cuestiones tácticas o porque les sale del forro.

Cuando Ortiz, por citar un dato críptico reciente, me incluía entre Los Regios, ¿qué quería decirme? Alguna gente me dice: "Te ha dicho que eres un bacanazo y un presumido, como en todo su artículo". Sí, en efecto, pero aquí sería de gran utilidad el diccionario en cuestión. Aunque el dato es solo de interés para la mayor comprensión del lector y no enriquece en nada la polémica, Los Regios (apodo que con humor fraternal nos puso Blanca Varela, según Lucho Peirano) éramos un grupo de amigos escritores que montábamos bicicleta juntos (Julio Ramón Ribeyro, Antonio Cisneros, Guillermo Niño de Guzmán y yo), pero, por el fraseo de Ortiz en su artículo, obra como descalificación clasista. ¿Qué le fastidia en verdad? ¿Nuestra amistad? ¿O el hecho de que la hubiéramos pasado tan bien?

Termino esta nota, la última sobre este vano asunto, reproduciendo el poema LIMA, de Mateo Rosas de Oquendo, andaluz del siglo XVI que vivió en esta ciudad entre 1593 y 1598. Aparte de indicarnos que la palabra 'coimero' ya existía, su percepción resulta luminosa y puntual.

LIMA/ Un visorrey con treinta alabarderos/ por fanegas medidos los letrados/ clérigos ordenantes y ordenados/ vagamundos, pelones caballeros/
Jugadores sin número y coimeros/ mercaderes del aire levantados/ alguaciles, ladrones muy cursados/ las esquinas tomadas de pulperos/
Poetas mil de escaso entendimiento/ cortesanas de honra a lo borrado/ de cucos y cuquillos más de un cuento/ de rábanos y coles lleno el gato/ el sol turbado/ pardo el nacimiento/ aquesta es Lima y su ordinario trato.


Dejemos que hable el tiempo (Fernando Ampuero)

A estas alturas terminó nuestra absurda polémica literaria y ya queda muy poco por añadir, excepto algunas reflexiones.
A saber: la polémica sirvió para que algunos de nosotros, tontamente, pensáramos que la discusión podía crecer y ganar altura; sirvió para que picáramos los anzuelos de diversos escritores que querían hacernos saber lo descontentos que estaban de su suerte; sirvió para que nos dijeran a gritos lo que opinaban de nuestra obra; sirvió para que nosotros opináramos sobre las suyas; sirvió para que nuestros antagonistas obtuvieran su ansiada cobertura periodística a costa de insultarnos (deseo cumplido); sirvió para que enunciaran su visión muy estrecha y discriminatoria de la literatura; sirvió para que varios desempolvaran con ira las malas críticas que merecieron sus libros; sirvió para catapultar por la vía más triste nuevas carreras literarias; sirvió para que se fraguaran cartas al director con el objetivo de publicar más agravios; sirvió para darle tribuna a los clásicos zampones; sirvió para sacar del olvido a poetas de dudoso numen; sirvió para el ejercicio del más descarado autobombo; sirvió, en fin, para calentar la sangre y provocar un desembalse de todo orden de resentimientos.

Pero, sin duda, sirvió además para demostrar que no hay tal mafia que controle los medios; sirvió para divertir y horrorizar a los lectores. Y sirvió, por último, para hacerme reír con ganas y, en forma simultánea, para hacerme sentir (al igual que muchos, me imagino) enormemente apenado y desazonado.

Creo que quienes participaron en esta polémica han pintado retratos de sí mismos a través de sus palabras. Con lo que dijeron y con lo que callaron, con claras o vagas palabras, unos y otros ensayaron elocuentes respuestas, y algunos pocos, con obvia actitud culpable, evitaron darlas, disimulando la gambeta.

Las ofensas vertidas por todos se volverán anécdotas o quizá (es lo más probable) se desmenucen con el viento como los vacíos y calcinados carapachos de los cangrejos. Sin embargo, y lo digo sin la menor animosidad, nada halaga tanto como que alguien nos insulte con tanta desesperación. Hasta te hace pensar que algo bueno de uno ha de estar molestándolos.
Lejos de las posiciones de quienes aquí intervenimos, lejos de las flamantes simpatías y antipatías, sólo quedará la obra de cada cual (lo único que realmente importa), si es que algo queda.
Alguien quiso injustamente comparar una obra mía de juventud (escrita a los 23 años) con la obra de madurez de otro autor (que la escribió a los 55 años). Bueno, ya que estamos en tren de odiosas comparaciones, yo propongo como mi obra principal el mosaico narrativo compuesto por la suma de todos mis libros de cuentos, alguna crónica o novela y algún poema, para que el correr de los años se encargue de decidir su validez. ¿Qué obra de los escritores peruanos actuales tiene posibilidad de sobrevivir? ¿Qué libros se seguirán leyendo y cuáles permanecerán como un vetusto recuerdo de "lo que debía hacerse"? El tiempo sabrá decidir, pues no existe mejor antologador. El tiempo, implacable a la hora de elegir, suele ser más sensato y desapasionado.
Mientras tanto, pasada la juerga, ha llegado la hora de decir como en el poema de Juan Gonzalo Rose: querido cuerpo mío, continuemos viviendo. Y con ello, de paso, adherir a su vez a la sabia respuesta de Abraham Valdelomar, nuestro primer literato moderno, cuando le preguntaron sobre la principal misión de un escritor en el Perú. Valdelomar repuso: "¡La principal misión de un escritor en el Perú es evitar que lo aplasten!", aludiendo, desde luego, a nuestra roñosa vida literaria, tan proclive al cadalso.