Friday, March 24, 2006

PIGLIA / PLANETA : EL ESCÁNDALO

El gran escritor Ricardo Piglia, la editorial multinacional Planeta, un editor y representante del artista y el escasamente conocido novelista Gustavo Nielsen, ah y por último un premio que en su momento supuso 40.000 dólares como recompensa.

El premio Planeta lo ganó Piglia pero Nielsen entendió que con malas artes, por lo cual demandó a escritor, editor y editorial convencido de que todo había sido acordado en maniobras que la metáfora más vulgar llamaría entre gallos y medianoche. "Creo que no es justo -declaró Nielsen- que hagan participar a 264 ingenuos en una gran campaña publicitaria armada como si fuera un concurso literario".
El tribunal de primera instancia absolvió. Nielsen apeló. Y en marzo último, la sala G de la Cámara Civil dictaminó que sí, que "existen demostradas muchas circunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio en favor de la obra de Ricardo Piglia". Los jueces entendieron que el autor de "Respiración artificial" "no debió postularse para la obtención del premio" porque entonces se encontraba vinculado contractualmente con la empresa Espasa Calpe Argentina, que forma parte del Grupo Planeta, organizador del concurso. Así, condenó a Piglia, a Planeta y al editor Schavelzon a pagarle a Nielsen diez mil pesos de indemnización.

Luego del fallo, los acontecimientos se precipitaron: el equipo perdedor anunció que apelará y que hasta Corte Suprema no para. Y Piglia escribió en el diario Página 12 un artículo buscando explicar su posición. Para eso recurrió a jueguitos literarios, como el de llamar Carlos Argentino Daneri (el ridiculizado personaje de "El Aleph", de Borges) a su contrincante. Enredado en guiños, arabescos y elegancias, poco se entendía de la defensa de Piglia, ausente de cualquier contundencia. Nielsen, por su parte, replicó en el mismo periódico reiterando sus fuertes acusaciones y haciendo notar que si en el juego propuesto él era Daneri, Piglia se reservaba el lugar de Borges, saco que le queda algo holgado Piglia y a cualquiera.

Como para garantizar la continuación del culebrón acaba de aparecer una carta abierta, firmada por más de cincuenta artistas e intelectuales, en donde se sostiene que "la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico". Lo firman, entre otros, Osvaldo Bayer, Arturo Carrera, Tito Cossa, León Ferrari, Gerardo Gandini, Germán García, Leónidas Lamborghini, Luis Felipe Noé, Juan José Saer y Héctor Tizón. El escrito denuncia una campaña de difamación contra Piglia que habría empezado en 1997. Nielsen no lo demandó por ser quien es sino por entender que había tomado parte en un chanchuyo. Y si es culpable o inocente del enjuague no le quita una coma ni un punto a una de las obras literarias más brillantes y perdurables que produjo la Argentina en los últimas décadas y que seguirá leyéndose con fervor cuando los ecos de esta telenovela sean una nada de polvo y espanto. Ahora, de allí a atribuir el juicio a una conjura internacional, como mencionó uno de los firmantes, o al "periodismo de escándalo", como razonó otro, más que defender a Piglia parecen agraviarlo con el dedo gordo del disparate.

Otro breve resumen
Piglia tenía una novela que ya había sido contratada por el grupo Planeta a través de Seix-Barral, y que por algún motivo (una deuda económica que ese autor tenía con la editorial) participó del concurso y ganó. Piglia no recibió el importe del premio, sino que ese importe condonaba la deuda anterior, y todos felices: excepto los concursantes que fueron estafados en su buena fe. Nielsen -que estaba entre los diez finalistas- pudo ver este tejemaneje y decidió que debía hacer respetar su parte; lo hizo, y ganó. Entre todos estos dimes y diretes hubo solicitadas que defendían a Piglia, cartas de una y otra parte, insultos, golpes de puño, escritores revueltos, encuentros y desencuentros, disculpas, faltas de respeto, mentiras y conspiraciones, un verdadero reality show de la literatura argentina del siglo XX - XXI que exponía sus ideas humanas al nivel de un programa de Laura Bozzo (con comerciales incluidos); toda esa intelectualidad volátil bajó por algún tobogán de algún tren fantasma, se olvidó del problema filosófico–literario para exponer las miserias que aparentemente no tenían mucho que ver con las letras, pero cuanto del convencimiento de que cuando las papas queman, el sálvese quien pueda es del mismo tenor que el del colectivero de la línea sesenta que evita un choque con un camión cisterna en pleno Puente de Piedra y en época de crecida del río Rimac

No podemos meternos con Piglia.
Nos metemos con Piglia, se meten con Piglia, pero el aire medroso no se renueva, cuando la tensión fue en aumento más de uno se agarró la cabeza. Cuarenta años de carrera literaria no es poco, y mucho menos si esta carrera se desarrolló de una manera brillante y regaló a la literatura argentina páginas históricas que son y serán estudiadas en distintas universidades del mundo; meterse con Piglia sería (fue) -en cierta manera- como meterse con el finado Saer o con Osvaldo Bayer (por sólo nombrar a dos), instituciones inquebrantables y sólidas, indestructibles a pesar de cualquier cosa. Schavelzon (representante de Planeta y de Piglia) sabía eso y podemos intuir que su posición, su manejo, fue sólo político, pragmático, como el de cualquier empresario de bananas. El punto que desvió el curso de los hechos fue que Ricardo Piglia no se presentó -como había sido combinado- en una de las audiencias; sé que Nielsen, si ése hubiera sido el caso, no continuaba con la afrenta judicial, no quería tocar al literato. A partir de ahí, un círculo que podría haberse desvanecido, acabó por cerrarse.

Piglia rompe el silencio
El trece de marzo de 2005 Piglia publica su descargo en Página/12 en el que expone sus argumentos en contra de la cruzada en su desmedro, intenta desmerecer a Nielsen al compararlo con Carlos Argentino Daneri (personaje literario que Borges ridiculizó en su cuento El Aleph) y se defiende con cuanta herramienta dialéctica encuentra en su camino. El problema fue que no hubo demasiadas, y Piglia lo sabía, no podríamos menospreciar su intelectualidad en este punto. A pesar de saberlo, interpretemos sus alternativas:

1.- Permanecía en silencio (mientras todos esperaban alguna manifestación). (Prima la razón.)
2.- Admitía los hechos. (Prima la sinceridad, una honestidad tardía pero tan peligrosa cuanto respetable.)
3.- Se defendía de la manera que podía y ponía como telón su trayectoria. (Prima lo humano, el instinto.)

Solicitada
La última semana de marzo de 2005 dio a luz una solicitada publicada en distintos medios que expresaba que la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico. Entre los firmantes podemos encontrar iconos de la literatura argentina, amistades incondicionales del señor Piglia, algunos escritores y críticos actuales y con gran posibilidad, simples oportunistas (que pueden encuadrarse dentro de las categorías anteriores, con excepción de la primera, claro). No descartemos este último punto, y me remito a la correspondencia que recibió Fogwill de un firmante anónimo (está en el enlace que coloqué al comienzo de este artículo) luego de expresar su posición frente a este evento:

Debajo del sofá
Olvidemos todo lo leído hasta aquí. Nada de lo que leyeron en estas pequeñas reflexiones -que ya muchos habrán hecho anteriormente de una u otra manera- fue objetivo principal de este texto. El objetivo es otro, que a pesar de haberlo olido todos, nadie quiso entenderse. Ni siquiera Fogwill; menos Nielsen. No es una crítica, quizá quien escribe estos párrafos desordenados hubiera hecho lo mismo.

Todos pasaron cerca del sofá y apenas acudió ese aroma podrido y suave, casi imperceptible, giraron sobre sus talones para posicionarse encima la alfombra persa, junto a la mesa, en una silla que no era la cabecera.

Y aquí me remito a tres citas claves:

La de la solicitada:
Con cuarenta años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Ricardo Piglia es objeto de una campaña de difamación que empezó en 1997, cuando la decisión unánime de un jurado compuesto por los escritores Mario Benedetti, María Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez y Augusto Roa Bastos le otorgó el Premio Planeta a su novela Plata Quemada.

La de Piglia:
Según esa insinuación, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel –que formaron parte del jurado y premiaron mi novela por unanimidad– se habrían dejado manipular por la editorial.

La de Fogwill:
No sé qué pensarán mis abogados, pero yo lo nombraré: en el jurado, junto a María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, Tomas Eloy Martínez y Mario Benedetti, que Piglia menciona, figuraba como presidente Guillermo Schavelzon, funcionario de la editorial auspiciante y agente literario del autor.

Aquí es donde el gato muerto comienza a manifestarse. Cómo fue que Plata quemada ganó un premio por unanimidad entre un jurado formado por cinco personas, luego se demuestra que el premio fue un fraude, los que participaron en la elección de la novela premiada hacen silencio de radio, pasan desapercibidos, y ninguno de ellos firma la solicitada a favor de Piglia ni resulta tocado por el conflicto, ¿ellos no eligieron también?

Aquí hay gato encerrado; no, no está encerrado, está muerto.

Si existe el No podemos meternos con Piglia y acabamos metidos, llevemos esta afirmación hasta Roa Bastos, de Miguel, Benedetti y (Eloy) Martínez. Era demasiado; Piglia ya había metido la cabeza; con una era suficiente.

Y el gato, ya no está más.

Se lo llevaron.

Carta de Gustavo Nielsen (Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Santiago de Chile, el 11/03/05)
(Según Nielsen, en la semana anterior, Pagina/12 había declinado la posibilidad de difundirla por tratarse de un caso cerrado.)

Soy el ganador del juicio a Editorial Planeta, Schaveltzon y Piglia por el Concurso de Novela Planeta 1997. La Cámara, como es de público conocimiento, entendió que dicho concurso estaba viciado por falta de transparencia y de buena fe, y condenó a los tres demandados a pagarme una cifra de dinero por chance perdida y otra por daños y perjuicios.
No tengo nada personal contra Piglia o Schaveltzon, a quienes conocí personalmente durante el juicio. Al momento del pleito, había leído solamente “Respiración artificial”: lo considero un gran libro. Tampoco tengo nada personal contra la Editorial Planeta, ni la gente que la conforma. Me consta que Díaz y Nacho Iraola son grandes personas. Publiqué mi primera novela en ese sello, recuerdo que todo el personal que en ese momento era parte de la editorial fue muy amable conmigo. El motivo que me llevó a emprender el juicio es otro: la búsqueda de transparencia en los concursos literarios.
Como escritor, surgí de un concurso literario. Como escritor, sigo dependiendo de los concursos literarios, el único instante de la literatura Argentina en el que se puede encontrar una recompensa monetaria. Esta situación le ocurre a casi la totalidad de los escritores, que muchas veces se ven confinados a trabajar de noteros, críticos, talleristas o lectores de editoriales para poder mantener a sus familias.

Sigo participando y creyendo en los concursos como el primer día. Corrijo mis libros y hago las fotocopias y los anillados con la misma fe del primer día. Los entrego con esa misma fe. Y considero que esto es una suerte, no una condena o un pecado de ingenuidad.

Del “Concurso Planeta 1997” participaron 264 escritores. Estaba contento por haber quedado entre los diez finalistas con mi novela “El amor enfermo”, que después de dos años se terminó publicando en Alfaguara. Ganó un libro, “Plata quemada”, que estaba comprometido con uno de los sellos del Grupo Editorial que organizaba el concurso. El dato no es menor, y fue denunciado oportunamente por la revista “Tres Puntos” y por “Radar Libros”. La periodista Claudia Acuña, autora de la investigación inicial, sostuvo sus verdades con decisión durante su testimonio judicial.

Mi abogado se llama Gabriel Len. Tiene mi edad, poco más de cuarenta años. Es un profesional que se desempeña con honestidad y valentía. También es mi amigo. Durante siete años trabajamos juntos en el juicio. Codo a codo, como se dice en la calle. Fui a todas las audiencias. Escuché mentiras y verdades, suposiciones y contradicciones. Vi como huían de mí los otros escritores, como si yo pudiera contagiarlos de viruela. Vi temblar a unos cuantos boxeadores de las letras, a los que había equivocadamente considerado como la imagen misma de la anticorrupción. Los vi vencidos en su afán de venderle la obra al Gran Mercado. No los juzgo: los contendientes eran importantes. Para colmo, tres. Tampoco me quejo: me la busqué. La única contención verdadera y desinteresada proveniente del medio, me la dieron los escritores Rodolfo Fogwill, Carlos Chernov, Elvio Gandolfo, Jorge Accame, Elena Bossi, Edgardo González Amer, Damián Tabarosky y Ana María Shua. La contención tuvo a veces la forma de un viaje a Cariló, un asado, una paella, un discurso contra las instituciones, una ensalada de tomates, una receta de Lexotaniles, un abrazo, un consejo, unos vinitos, un partido de ping pong.

También me apoyaron mi mamá, doña Josefina Scellatto, de oficio poeta; mi hermana Machi; mi sobrina Sofi; mi socia, la arquitecta Viviana Miglioli y una buena compañera que tuve que se llama Lorena Boldt, diseñadora gráfica y fotógrafa, que se bancó gran parte de las levantadas temprano para ir a Tribunales.
También me apoyó la editorial Alfaguara, publicándome, soportándome, y haciéndome creer en todo momento que no sabían que yo andaba (y ando) sin otras opciones editoriales, como si fuera un escritor que pudiera pasarme a otro sello simplemente por pura especulación de mercado. Nunca me hicieron sentir que estaba solo; nunca se aprovecharon del monopolio que yo mismo había fabricado. Si no fuera por Alfaguara, y especialmente por su director Fernando Esteves - el uruguayo más tozudo que conozco - no habría podido publicar nada.
Escribo esta carta para agradecer a mis lectores, a todas las personas que creyeron en el juicio, a todos los que creen que los concursos deben ser transparentes, a mi abogado el doctor Len y al doctor Marcelo San Martín, que hicieron que este resultado fuera posible. Y para decirles a los escritores que empiezan: sigan concursando. Esta fue la excepción, no la norma. Lo sé. Hice un juicio para exigir respeto por las ilusiones. Ojalá la lucha sirva para que la gente conozca a los otros finalistas de este premio mal otorgado de 1997, que aún tengan sus libros sin publicar. Otros que también creyeron que estaba todo bien y terminaron participando involuntariamente del marketing de un objeto vendido.

A esas personas que “perdieron” conmigo en el concurso cuestionado, que este justo fallo reivindica, les deseo una pronta publicación y les mando mi abrazo.

Texto de Ricardo Piglia (Publicado en Radar-Página/12 el 13-03-2005)
EL CASO PLATA QUEMADA. RICARDO PIGLIA ROMPE EL SILENCIOA CASI DOS SEMANAS DE CONOCIDO EL FALLO JUDICIAL SOBRE EL CASO PLATA QUEMADA, LA NOVELA CON LA QUE GANÓ EL PREMIO PLANETA 1997, EL ESCRITOR RICARDO PIGLIA ESCRIBE POR PRIMERA VEZ SOBRE LA TRAMA QUE CASI LO LLEVA A LAS PÁGINAS POLICIALES DE LOS DIARIOS.

La lógica de los hechos por Ricardo Piglia
La rivalidad entre escritores y las sórdidas luchas por los premios literarios ya la narró Borges en El Aleph. Lo increíble es que ahora esa historia se ha repetido en la realidad. En esta nueva versión, Carlos Argentino Daneri, el típico escritor arribista retratado por Borges, es quien ha perdido el concurso y como un maniático se ha dedicado a denunciar al que ganó y a denigrarlo. Que la Justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria me parece un simpático signo de los tiempos que corren. Sabemos desde Kafka que la clave de un proceso es que cualquier cosa que diga el acusado parece una justificación o una coartada. Por eso, cuando hace unos días el fallo del tribunal se hizo público, pensé que lo mejor era no decir nada, pero la dimensión que ha tomado el asunto me ha decidido a intervenir. Las líneas que siguen son un intento de esclarecer –en lo posible– la lógica que ha regido la misteriosa serie de hechos literarios que me ha llevado casi a la página policial de los diarios.Como el personaje de Borges, el nuevo Carlos Argentino Daneri piensa que la justicia literaria sólo es justa si es él quien gana el concurso, porque cualquier otro resultado es prueba de una manipulación y de un fraude. Denunció entonces que, contra las posibilidades de todos los participantes y aparte de mis posibles méritos, de antemano se había decidido que yo iba a ser el ganador del concurso de novelas organizado por la editorial Planeta en 1997. Según esa insinuación, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez y María Esther de Miguel –que formaron parte del jurado y premiaron mi novela por unanimidad– se habrían dejado manipular por la editorial. Pero como esa presunción es irracional, el jurado jamás aparece mencionado en la acusación y soy yo quien es acusado. Su denuncia no sólo desató una ola de rumores y de sospechas sino que sirvió para llevarme a los tribunales y enredarme en un proceso que duró ocho años.
Lo increíble es que la razón que Daneri usó para acusarme se fundó en la lectura delirante de una cláusula del concurso. Según las bases que el fallo cita, la novela “debía ser inédita, sin haber cedido o prometido respecto de ella los derechos de edición y/o reproducción en cualquier forma con terceros”.
Es obvio que el objeto de esa cláusula es proteger al editor de la posibilidad de que un escritor firme con anterioridad un contrato con una editora que no sea Planeta. La cláusula impide que el escritor que gane el concurso pueda publicar luego la novela con otro editor. Aunque parezca imposible, en la interpretación irracional de esa cláusula se fundamentó la denuncia.
Daneri insinúa que mi novela Plata quemada estaba contratada porque yo había firmado años atrás un contrato con Planeta por la edición de toda mi obra. Pero mi novela Plata quemada no estaba contratada, no estaba contemplada ni incluida en ese contrato porque todavía no existía, y nunca se firmó un contrato previo al concurso por esa novela.De todos modos –como si esto fuera un relato policial–, vamos a considerar por un momento los hechos tal cual los presenta Daneri.
1. Si la novela ya hubiera estado contratada, eso no garantizaba que pudiera ganar el concurso, ya que esa decisión dependía del jurado.
2. Si la novela ya hubiera estado contratada por la editorial que organizaba el concurso, ese hecho no hubiera alterado ninguna de las bases del premio, ya que la cláusula impedía el contrato con terceros (como cita el mismo fallo), esto es, con otra editorial.
La suposición de que Plata quemada ya estaba contratada generó un desdoblamiento que podríamos considerar típico de un cuento de fantasmas de Henry James. Sucede que en el razonamiento de Daneri yo aparezco presentando al concurso dos novelas distintas. Permítanme hacer un poco de historia. Terminé de escribir la novela a fines de julio y la presenté el 20 de agosto, mucho tiempo antes de la terminación del plazo del concurso (el manuscrito recibió el número 111 sobre un total de 264 novelas presentadas). La envié con el pseudónimo de Roberto Luminari y con el título de Por amor al arte para proteger mi anonimato y el del libro.
Las bases me permitían presentarme con mi nombre, y muchos escritores lo han hecho en ese y en otros concursos anteriores. Pero si usé un pseudónimo y la presenté con un título distinto fue porque pensé que podía no ganar el concurso. No soy Daneri, no pienso que deba ganar cualquier concurso al que me presente. Como pensé que era posible que no ganara el concurso y que mi novela podía quedar entre los finalistas, preferí (como han hecho antes que yo muchos otros escritores) que mi nombre y el título de mi libro no aparecieran en las listas que se dan a conocer antes del fallo.Esta decisión fue presentada por Daneri como una prueba de mi culpabilidad. Cito del fallo: “De todas maneras, [María Esther] De Miguel conoció la identidad del autor de Plata quemada por aparecer un personaje reiterado en las obras de Piglia (Emilio Renzi), circunstancia que comunicó a la editorial organizadora, mas las condiciones no se modificaron respecto a la preselección efectuada por lectores amigos o especializados”.
No entiendo la sintaxis de ese párrafo, ni de qué soy acusado.
Desde luego, esto sólo prueba que los jurados no sabían que había una novela mía en el concurso y la leyeron igual que a cualquier otra, y sólo lo supieron gracias al conocimiento literario de uno de ellos que le permitió identificar a mi personaje.
Pero las confusiones kafkianas no terminan ahí. Me permito citar otro párrafo del fallo: “También viene a cuento señalar que el codemandado Piglia admite que la novela que presentara al concurso Por amor al arte, bajo el pseudónimo de Roberto Luminari, corresponde al título que después fue cambiado, supuestamente con anterioridad a la edición, aunque para ser exacta esta aseveración, debió acreditarse la identidad del contenido entre la novela presentada y Plata Quemada, circunstancia que no ha tenido lugar en tanto no se ha acompañado el texto de la primera de estas obras a fines comparativos”.
No entiendo. Parece que había dos novelas distintas. Parece que nadie comprobó que las dos novelas eran una sola. Parece que los escritores del jurado no se dieron cuenta de que habían premiado una novela y que después se había publicado otra distinta.
Carlos Argentino Daneri ve fantasmas. Intenta insinuar que Plata quemada fue introducida a último momento en el concurso para sustituir a Por amor al arte y cree que eran dos novelas distintas. Es decir, sugiere que yo gané con una novela pero luego se publicó otra porque la editorial lo quería así.
Aunque no resuelva el enigma, sería bueno preguntarse cuáles son las razones por las cuales se produjeron estas oscuras y fantasmales sustituciones. La conclusión de Daneri implica el ejercicio simultáneo del resentimiento literario y del anacronismo deliberado. Dice (y cito del fallo) que la editorial se aseguraba así que mi novela “le diera ganancias con las sucesivas ediciones, la realización de una película, etc.”
No hace falta aclarar que en ese momento nadie sabía que tres años después se iba a filmar una película basada en el libro. ¿O Daneri cree que la filmación de una película es el resultado natural de un premio? Y además, ¿quién, salvo Daneri, puede asegurar que toda novela que gane el premio Planeta va a recibir sucesivas ediciones? Estas han sido las razones y los argumentos por los que he sido acusado y calumniado. Más allá de lo que yo pueda decir o explicar, el daño ya está hecho y es irreparable.
Los premios literarios han sido siempre objeto de controversia y de polémica. En un sentido, la literatura argentina empezó con el debate sobre un premio. En el Certamen Literario que se realizó en Montevideo en 1841 con motivo del aniversario de la revolución de mayo, una obra de Juan María Gutiérrez se impuso sobre un texto de José Mármol y esto desató de inmediato una gran controversia en la que varios escritores (entre ellos Alberdi) se opusieron al fallo y hubo debates y discusiones en los diarios. Desde entonces ha habido disidencias y discrepancias por los concursos. Los resultados siempre se pueden discutir, pero hay que ser muy arrogante para imaginar que se comete un delito si una obra nuestra no obtiene el éxito que esperamos.
En la literatura argentina las diferencias literarias las han dilucidado siempre los escritores mismos. Todos esperamos que esa tradición persista. ¿O vamos a empezar a llamar a la policía cada vez que alguien no valore lo que escribimos? (fin del texto de Ricardo Piglia)

Comentario de Fogwill
Piglia es un gran escritor y un pésimo polemista. Es uno de los veinte mejores escritores vivos de la Argentina: es decir, tiene esas excepcionales condiciones poéticas y narrativas que se manifiestan en apenas uno de cada dos millones de ciudadanos.

Pésimo polemista, elige siempre tan mal a su enemigo como a la manera de enfrentarlo. Y no se resiste a aprender de la experiencia. A cualquiera le hubiese bastado con el balance de su patética intervención de hace más de diez años en Diario de Poesía para corregir su estrategia equivocada. Pero él persevera en sus errores. Un polemista debe, ante todo, borrar cualquier huella de mala fe y nunca trasuntar que argumenta para un lector desprevenido, ignorante del tema, o discapacitado para evaluarlo. Piglia acaba de ser condenado por la justicia en un proceso que habría podido eludir diciendo la verdad y cargando las culpas en su agente, que fue quien lo involucró en la causa. Pero entre la verdad y la fidelidad hacia quien maneja sus intereses literarios, optó por esta última.

En su artículo publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005 manifiesta descreer en la justicia, y, en eso, coincidimos plenamente. Pero en cambio, él simula creer en la justicia de las justas literarias. Esto es curioso: él -como yo- carece de formación jurídica, pero tiene un sólida formación literaria, no sólo en cuanto a los aspectos teóricos y documentales del arte de escribir, sino también en lo que respecta al conocimiento de los procederes de editores, jurados, comentaristas y agentes en el campo de lo que es la política y los negocios que se articulan en torno a la industria del libro. En ese artículo ataca al denunciante y ganador del proceso judicial, como si ignorase cómo se falla en estas instancias y como si el público ignorase que, los testimonios y el fallo del tribunal corroboran, no ha juzgado el valor literario de su obra y la de Nielsen, sino la defraudación a la buena fe de lectores y participantes en que incurrieron los organizadores del certamen.
El ataque es personal: identifica a Nielsen con el ridículo Carlos Argentino Daneri, arquetipo del escritor naive y mediocre argentino. Presenta a Nielsen como a "maniático dedicado a denunciarlo y denigrarlo", a él, a Piglia.

En eso transparenta su mala fe: Piglia sabe que Nielsen es un brillante arquitecto que se dedica a muchas cosas, y que ha escrito relatos, que, calificados entre los mejores de nuestra literatura, podrían sustituir a cualquiera de los suyos (¡y hasta de los míos!) en cualquier antología de la lengua española. (Me refiero a Marvin, Playa Quemada. Adentro y Afuera, y podría citar otros y, en otro contexto, efectuar odiosas comparaciones que darían cuenta de lo que afirmo.)
Tal vez por recomendación de sus abogados, en su relato de "la trama policial" del proceso publicado en Página/12 del 13 de marzo de 2005, Piglia no nombra a Nielsen sustituyendo su nombre por el de Daneri. Esto es como si nosotros, ahora, sustituyésemos el apellido Piglia por "De La Rúa", que es otro que cada vez que rinde cuentas de sus actos queda peor parado. Prefiero nombrar directamente a Piglia, y hago notar a los lectores de este burdo descargo, que, junto al de Nielsen, omite otro nombre. No sé qué pensarán mis abogados, pero yo lo nombraré: en el jurado, junto a María Esther de Miguel, Augusto Roa Bastos, Tomas Eloy Martínez y Mario Benedetti, que Piglia menciona, figuraba como presidente Guillermo Schavelzon, funcionario de la editorial auspiciante y agente literario del autor.

Este nombre, y no el del imaginario Carlos Argentino Daneri, debió ser el eje de la rendición de cuentas de Piglia en Página/12. Su participación es tan plausible, como lo prueba su despido de la editorial ante la primer denuncia pública del fraude. Piglia lo oculta, y en ese texto en que se burla de la justicia, simula creer en el valor de los fallos de este tipo comitivas que sólo toman contacto con una breve selección de finalistas, y deben debatir sus pareceres con un miembro que, a la vez es gerente de la empresa que los remunera y se hace cargo de sus viajes y viáticos.
Piglia falta a la verdad y apela al sentido común de los lectores. Burlándose del juez y de la cámara que corroboró su fallo, escribe, por ejemplo, "que la justicia haya perdido su tiempo en una ridícula rencilla literaria es signo de los tiempos que corren", fingiendo que pertenece a la clase de gente que cree que los tiempos que corren son peores (¿y más corruptos, tal vez?) que los tiempos de nuestros mayores. Con esto trata de convertir el acto de justicia, reparadora de un fraude, en "una rencilla literaria", como si no supiera que la indemnización a Nielsen es, a la vez que una reparación económica a uno de los cientos de damnificados, un señalamiento sobre la moralidad de su proceder.

Al respecto, me consta que no fueron Nielsen ni su abogado, quienes involucraron a Piglia en esta demanda, sino el funcionario que ahora es su agente. También me consta que en momento alguno Nielsen obró por impulso de competitividad literaria, porque no es los de los que creen que la justicia puede dirimir cuestiones estéticas. Nielsen sabe bien que la obra del Piglia de "Plata Quemada" es mejor elección que su "El amor enfermo" para alcanzar la lista de best sellers y atraer al público de cine comercial, pero a la vez, respeta la obra del otro Piglia tanto como ha de sentirse indignado ante el que ha escrito esta falsa trama judicial, que tal vez sea el mismo que, a instancias de su agente, se involucró en un proceso, que, aún después de concluido, sigue damnificándolo.


A continuación Solicitada que se hizo circular sobre la figura de Piglia.

ACUSADO DE SER RICARDO PIGLIA

Con cuarenta años de presencia en la literatura argentina, con la producción de una obra cuya solidez no está en discusión, con una decidida intervención en los debates cruciales de la cultura y una activa presencia intelectual en tiempos difíciles de la historia argentina, Ricardo Piglia es objeto de una campaña de difamación que empezó en 1997, cuando la decisión unánime de un jurado compuesto por los escritores Mario Benedetti, Maria Esther de Miguel, Tomás Eloy Martínez y Augusto Roa Bastos le otorgó el Premio Planeta a su novela Plata Quemada.

Porque el silencio favorece esta campaña que no merece, decimos que la infundada acusación contra la probidad de Ricardo Piglia responde a una sola causa: se lo acusa de ser quien es en nuestra literatura, en la cultura nacional y en el plano internacional y académico.

Como ciudadanos, como colegas y como amigos, expresamos nuestra solidaridad con Ricardo Piglia.

Carlos Altamirano, Cristina Banegas, Osvaldo Bayer, Arnaldo Calveyra, Arturo Carrera
Tito Cossa, Washington Cucurto, León Ferrari, Aníbal Ford, Gerardo Gandini, Germán García, Daniel García Helder, Norberto Gómez, Horacio González, Flora Guzmán, Emilio de Ipola, Roberto Jacoby, Leónidas Lamborghini, Daniel Link, José L. Mangieri Juan, Molina y Vedia, Federico Monjeau, Luis Felipe Noé, Alan Pauls, Nicolás Peyceré, Alfredo Prior, Roberto Raschella, Juan C. Romero, León Rozitchner, Guillermo Saavedra Juan José Saer, José Sazbón, Daniel Samoilovich, Horacio Tarcus, Osvaldo Tcherkaski, Vivi Tellas,
Héctor Tizón.


Comentario de Fogwill sobre la solicitada:

Hace días que circula la solicitada que transcribo. He sido convocado para firmar, y lo he rechazado. Ahora me consta que entre los firmantes, figuran personas que no están de acuerdo con lo que el escrito manifiesta. Más adelante transcribo un mail que lo confirma, enviado por uno de los que aparecen firmando. La solicitada llama "campaña" a la difusión que en Pagina/12, Clarín, Nación, La voz del Interior y El Mercurio dieron a la sentencia de la Cámara Civil. Esto no fue una campaña sino una noticia de actualidad. También es inexacta la solicitada cuando habla de la decisión unánime del jurado, omitiendo el nombre de su presidente y agente literario de Piglia. Es evidente que muchos han firmado de buena fe, movidos por su amistad o por la admiración a Piglia. No advierten que lo que aquí está en juego es la mala fe y, ellos mismos, han incurrido en la mala fe.

Rodolfo Enrique Fogwill


Cruce de mails de Fogwill y un Firmante:

Un firmante, escribe diciendo:

Quique, no pasó nada... Obviamente la gente está pirando mal con este asunto. Sigo pensando lo mismo de siempre: Ricardo hizo un pacto con el diablo y de ésa no se sale fácil.. Lo último que yo había hablado era que la solicitada no se hacía, pero después apareció circulando, con mi firma. ¿Qué iba a hacer? Decir que "yo no sabía nada" me parecía una forrada. Si Piglia reacciona, puede salir algo bueno de todo. Si no reacciona, al menos yo no voy a sentirme culpable de no haber intentado ayudarlo.

Si leyó tu texto, debería estar pensando en esa dirección. Yo ya no me acuerdo quiénes firmaron aquella solicitada en favor de los Premios Municipales (estaba Sarlo, seguro, porque lo discutí con ella), pero eso me pareció mucho más vergonzoso que decir que Piglia es el boludo del asunto...Abrazo


Respuesta de Fogwill a “Firmante”:

Estimado "firmante"

Yo tendría que estar escribiendo y laburando, y a cada rato me interpelan con novedades. ¿Qué es esto de los Premios Municipales y la Sarlo? Al margen: es grave lo que decís. ¿Es cierto que la solicitada circuló con tu firma sin tu autorización? La socilicitada miente, y vos lo sabés tanto como que en ella figuran firmas que, tal vez agregadas de buena voluntad, corresponden a personas embaucadas.

Atte:
Fogwill


RadarDomingo, 27 de Marzo de 2005
polemicas el caso plata quemada, segundo round

Ficción y realidad
A dos semanas de que Ricardo Piglia hiciera pública en Radar su posición en el caso Plata quemada, ésta es la réplica del escritor Gustavo Nielsen.

Por Gustavo Nielsen
Ficción y realidad son dos términos que todo el tiempo están mezclándose, en la Argentina. Se mezclaron en los hechos sucedidos durante la muestra de León Ferrari, donde unos manifestantes rompieron una obra artística por entender que ofendía su espíritu “católico”. Como si la obra de Ferrari fuera la verdad absoluta, algo objetivo, un dogma inapelable. Y no solamente una ficción que lleva la firma de un sujeto bastante particular: un artista. Se mezclaron en las amenazas que recibí por mi novela Auschwitz, y en la sugerencia tímida que un periodista de esta casa publicó en Radar del 6/3/05, por la cual cualquier persona podría llegar a hacerme un juicio de resultar ofendido con las escenas “subidas de tono” de esta misma novela. Ficción y realidad, realidad y ficción.
Acaba de volver a pasar. Piglia expuso “la lógica de los hechos” en Radar del 13/3/05 y armó un ensayo literario para demostrarle al público que se ha cometido una injusticia. ¿A qué lector ingenuo está dirigida su nota? Los cargos de los que Piglia se sigue defendiendo absurdamente ya están probados por la Justicia. Basta entrar en Internet y bajarse el dictamen de la Cámara de Apelaciones, o las declaraciones de los testigos, o cualquier asunto del expediente que se quiera verificar. El caso no es un caso federal, ni un caso de familia; esto es: no hay confidencialidad, y cualquiera lo puede consultar. Un modo más fácil es ver la sentencia en el weblog de Daniel Link: http://linkillodraftversion.blogspot.com/2005/03/caso-piglia.html
En su nota del domingo, Piglia dice que no había contrato previo por Plata quemada, y en verdad hay uno de 1994 que él firmó con Espasa Calpe por toda su obra existente (en carácter de reediciones), más tres libros nuevos, entre los que figura una “novela nueva”. Por eso no estaba escrita en el momento de la firma. Entre el ‘94 y el ‘97, año del premio, la única “novela nueva” publicada fue la premiada por Planeta, Plata quemada, por lo que la Cámara, en un fallo ejemplar, lo condenó.
Piglia dice que yo culpo al jurado de notables, y jamás lo hice. Se olvida, en su explicación, que uno de los miembros del jurado era Guillermo Schavelzon, y al día de la entrega del premio era director editorial de Planeta, y director del jurado de notables. Era, a su vez, organizador y juez del concurso. Y era también quien le alcanzaba los libros, a su antojo, al resto del jurado. Por esta misma situación, la señora María Esther de Miguel, el único miembro del jurado que declaró en el juicio, dijo que mi libro El amor enfermo, finalista con el de Piglia y otros ocho libros, jamás llegó a sus manos. Un par de semanas después del escándalo del Premio Planeta 1997, Schavelzon renunciaba a la editorial para pasar a ser agente literario de Ricardo Piglia.
Piglia aclara que su libro no estaba contratado con otra editorial, sino con Planeta. Caramba, esto es peor de lo que habíamos imaginado con mi abogado. Que Piglia suponga que es correcto presentarse a un concurso abierto con un libro que ya ha sido contratado, por el que ya se le ha abonado un suculento adelanto y que está a punto de salir a la calle bajo el sello editorial que organiza el certamen, parece un disparate. Si así fuera, Piglia, Schavelzon y Planeta habrían usado a 260 participantes para que de nuestros propios bolsillos y a costa de nuestras propias ilusiones paguemos la promoción de Plata quemada. ¿Era un concurso o una operación publicitaria?
Piglia y los otros han defraudado con su accionar a cientos de participantes. Entre esos participantes no debe haber muchos escritores famosos, de los que tienen agentes literarios, cobran anticipos de cien mil dólares y les publican la foto en las revistas. Es probable que en este mismo instante, la editorial Planeta o la agencia Schavelzon estén organizando (solapadamente) la publicación de una solicitada, utilizando la imagen del “escritor dañado”. Y es probable que otros escritores de laeditorial o de la agencia firmen. En este camino de ocho años de juicio me he encontrado con que algunos escritores venden hasta sus almas por estar cobijados bajo el ala de las multinacionales. Saludo a aquellos que no lo hacen.
Tampoco ésta es una “rencilla literaria”, como Piglia la está queriendo disfrazar en su nota. Es un tema estrictamente contractual, de “respetar los pactos”, por el que planteé una demanda en el fuero civil, basada en las normas del Código Civil escrito por Vélez Sarsfield. No hubo denuncia, tampoco querella, no es un caso policial. La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil (sala G) sostuvo, en su dictamen, que no se habían respetado las bases del concurso, se burló la buena fe y el certamen estuvo viciado por falta de transparencia. Además, si por hacer este juicio le hice perder el tiempo a la Justicia, como dice Piglia, ¿por qué ahora ellos recurren a la Corte Suprema? ¿O es que el tiempo de la Corte Suprema de Justicia no tiene ninguna importancia?
Piglia es partidario, en su nota, de que las peleas entre escritores se resuelvan entre escritores. Es lo primero que quise hacer. Por eso lo llamé varias veces a su casa y jamás me atendió. Por si esa voluntad no existiera, la Justicia prevé una mediación obligatoria, que se hizo, y a la que Piglia faltó sin avisar.
No tengo nada contra Piglia, ni discuto su calidad literaria. Pero respeto mucho los concursos. He ganado algunos, he perdido decenas. Y ésta fue la única vez que protesté. Es el único juicio que hice en mi vida, y tal vez el único que haga. “Maniático”, como me llama Piglia, puedo ser. Pero un maniático real, verdadero, no de ficción. Un “Maniático Textual”.
El daño puede que sea irreparable para Piglia, a esta altura de los acontecimientos, como sale a aclararlo en Radar. Pero se lo ha infligido él mismo, asociándose con Schavelzon y Planeta para organizar una maniobra viciosa. Lamentablemente, Piglia se ha expuesto como el “escudo humano” de su agente en Barcelona, y la nota de Radar lo muestra atorado en las mismas mentiras de antes de llegar al juicio. Bastaba, simplemente, con una disculpa pública, y a volver a escribir.
Con respecto a la comparación ofensiva que Piglia hace de los acontecimientos reales con el cuento “El Aleph”, de Borges, lo voy a tomar como una confusión más entre aquello que es ficción y aquello que no. Y, para cerrar mi réplica, cito un párrafo humorístico de Wimbledon, el weblog del escritor Guillermo Piro (www.ultimasdebabel.blogspot.com), que en su edición del día 16/3/05 comenta: “Si Daneri es Nielsen, Piglia es Borges. Hasta ahí vamos bastante bien. Pero entonces: ¿el missing Willy Schavelzon sería Beatriz Viterbo?”.

(Este informe lo presentamos a raíz de que la editorial Planeta ha decidido abrir una sede aquí en el Perú, pero independientemente de la editorial que fuere, ya estamos avisados de los manejos fraudulentos que las editoriales pueden incurrir, manipulando prestigios arteramente, cuando se trata de ver acrecentados sus intereses y su poder. Ojala, si fuera el caso que convocaran un premio de literatura local, no recurran a este tipo de manipulaciones que nos hagan ver, con sorpresa, la proliferación de nombres, igualmente deseosos de poder, que ya todos conocemos. )

Monday, March 13, 2006

LAS DÉCADAS DEL HORROR EN LA POESÍA

LAS DÉCADAS DEL HORROR
(Revista Somos de El Comercio del 13-09-03)

JÓVENES DE OCHENTA
La bohemia universitaria limeña de los ochenta y el senderismo de cantina
Como última entrega de nuestra serie Las Décadas del Horror, en torno a los años de la violencia en el país, el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, y a propósito de la aparición de sucesivos estudios sobre la literatura peruana que se produjo en ese tumultuoso contexto, presentamos un polémico análisis de ciertas versiones académicas publicadas alrededor del episodio senderista y el eco que tuvo en los círculos poéticos de entonces.

Escribe: VÍCTOR CORAL

Para nosotros la década de los ochenta se inicio en 1978. Fue con la publicación de “Perro Negro”, de quien es tal vez el más importante poeta de la generación: Mario Montalbetti. Decimos esto por que ese libro breve, sabio y lúdico marcó una nueva forma de entender el quehacer poético e imprimió un torrente de frescura a una generación setentera que se había ranciado con sus propuestas ideológicas populistas y sin correlato práctico, salvo estupendas excepciones.
El llamado movimiento subte en esos años estaba todavía en pañales, y pocos sino nadie, podían imaginar siquiera como iba a ser su irrupción a mediados de década. La poeta Carmen Ollé, por entonces terminaba de delimitar la frontera generacional con un libro, “Noches de Adrenalina”(1981), que por si fuera poco, iba a marcar un derrotero para gran parte de las poetas tanto de su generación como de escritoras más jóvenes. Ollé, injustamente expulsada de la generación ochentera por una turbia y tonta cuestión de edad, es recordada y reconocida por las voces femeninas de la época (Di Paolo, Alba, Chocano, Dreyfus, Silva Santisteban) como un referente y una magnífica compañera de ruta. Y no es para menos. Es un secreto a gritos que la insurgencia de la poesía hecha por mujeres durante los ochenta (en una rápida lista alcanzamos a tener hasta quince nombres) fue el suceso más importante, pues más allá de la calidad de sus producciones -rasgo que ha ido menguando con el tiempo- trazó un camino a seguir para las generaciones siguientes. Hoy, gracias a la valentía y resolución de estas escritoras, la diferencia cuantitativa entre hombres y mujeres poetas ha disminuido, y nunca más una joven poeta tendrá que pensar cien o mil veces para escribir poesía en serio: los espacios están abiertos y el interés en su producción es cada vez mayor.

Poetas en movimiento
Por supuesto, el fenómeno de las mujeres poetas surgidas en grupo, generacionalmente, no fue lo único que pasó durante la década. Los subtes de la mano de grupos ahora legendarios como Leusemia (que acaba de cumplir 20 años de existencia), Narcosis, Zcuela Zerrada y Delpueblo, pusieron al rojo vivo la escena rockera. Un poco a la luz de la energía subterránea, y otro poco por mantener o conseguir un cierto nivel de figuración, incluso política, un puñado de poetas se unió hacia 1983 para formar el Movimiento Kloaka, tan pretenciosos en sus objetivos políticos como en su afán de “integrar” todas las artes en una experiencia totalizadora. La citada Carmen Ollé define con precisión lo que significó para la época: “Fue un movimiento literario de corta vida. Del grupo pienso que quedaron las voces de Dreyfus y Santivañez. Por lo demás, todos los movimientos literarios pasan y quedan la obra de los poetas más relevantes”. Si hemos de asumir lo que dice la autora de “Todo Orgullo Humea la Noche”, tendremos que agregar solo dos nombres: Rodrigo Quijano y Domingo de Ramos. Lo demás fue alcohol, humo oscuridad y ganas de estar con la onda violentista que aquejó -cual virus de Hepatitis “K”- a muchos intelectuales jóvenes en tiempos de desvarío y excesos que el crítico Marcel Velásquez recuerda con ironía: “Quilca y su cloaca de signos emerge como el escenario marginal asentado en el centro, la escuela oficial de la disidencia que ofrecía el consabido cóctel de música subterránea, poesía, alcohol y drogas. Sujetos fracturados, migrantes sin destino, múltiples lugares de enunciación, retorcimiento del lenguaje y sueños imposibles”.
Con otras palabras, Alonso Ruiz Rosas, destacado poeta de esa misma generación, precisa aun más el sino kloakense, cuidando siempre de no generalizar, pues, a pesar de todo hubo allí poetas de valor: “El que mejor manejó el bombo y el autobombo (en los ochentas) fue Kloaka, aunque eso no signifique mayor cosa. Sus manifiestos fueron un refrito de Hora Zero, pero la intensidad de algunas voces es rescatable”.

Universitarios y Antiacadémicos
Más o menos en las antípodas de Kloaka y sus calculadas efervescencias, estaba el tandem Macho Cabrío-Omnibus, revista que, desde Arequipa (circa 1977) y hasta 1985 forjaron una propuesta pluricultural, multidisciplinaria y con gran incidencia en las producciones individuales, lejos de los cenáculos universitarios y a contrapelo de las posturas revolucionarias de café, cantina o aula. De esta matriz surgieron poetas como Alonso Ruiz Rosas, Oswaldo Chanove y Patricia Alba -quien por lo demás parece ser una de las pérdidas más importantes en la poesía de los ochenta, pues no ha vuelto a publicar desde su “O un Cuchillo Esperándome”(1988).
La Universidad Católica, pese a ciertos exabruptos politiqueros de alguno de sus poetas, fue también un punto importante de generación de cultura y poesía. Rossella Di Paolo, a nuestro gusto la voz femenina más especial después de Blanca Varela, recuerda con afecto a sus compañeros y compañeras de entonces: “Calandria y Trompa de Eustaquio fueron revistas de creación que movieron las cosas en la Católica a inicios de los ochentas. También teníamos nuestra propia música, el imborrable grupo Perexil (¿que fue de Milka?) animaba todos los recitales. Allí estaban los “Tres Tristes Tigres” (Eduardo Chirinos, Mazzotti y Raúl Mendizábal), y la lista es larga. La bufanda en el cuello era toda una declaración de principios. Reclamar más cursos de Literatura y menos de Lingüística, también. Antes de acabar la década, la inflación más delirante -cortesía aprista-, la caída el Muro de Berlín y nuestro Primer Encuentro de Escritoras Jóvenes, cuyo afiche cuelga aún frente a mi escritorio”. En ese primer encuentro podemos apreciar la cantidad y diversidad de poetas jóvenes de los ochentas, quienes fueron sistemáticamente soslayadas en los estudios, libros y antologías publicados sobre la época, lo que puede hacernos pensar en ciega parcialidad e incluso en misoginia.

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Amigos Míos
Amistades recurrentes y amistades olvidadas en un libro pródigo en manipulaciones históricas

En su libro “Poéticas del Flujo”, editado por el Congreso de la República a principios de este año, el académico J.A. Mazzotti -en un esfuerzo de dudosa habilidad hermenéutica- ubica en el centro de la movida de los ochenta el Movimiento Cloaca, allegados personales y protegidos suyos a través de becas, recomendaciones y demás padrinazgos universitarios. Para tal propósito soslaya olímpicamente, por ejemplo, la poesía escrita por mujeres surgida en aquellos años, y simplemente pasa por alto el aporte de talentos como los de Montalbetti y Ollé, a quienes expulsa sin más del oscuro edén ochentero que él mismo ha construido en su beneficio, a través de dudosas antologías poéticas. “Poéticas del Flujo” es pródiga en lo que llamaremos, siendo condescendientes, imprecisiones. En la página 136, por ejemplo, afirma que una “avalancha” de bandas de rock subterráneo “reivindicaban desde sus negras casacas de cuero a Kloaka como su antecedente artístico”. Lo cierto es que hubo solo una banda a la que podría denominarse, hasta cierto punto, adscrita a ese grupo universitario: Delpueblo. En la página 66 afirma del poeta Enrique Verástegui que es “el más destacado autor de los 70”. ¿Qué pasa?¿Es que nuestro académico no ha leído los cuatro últimos libros del autor de “En Los Extramuros del Mundo” No se si en EE.UU., pero hay consenso entre el enorme desbalance entre el primer libro de Verástegui y su producción última, ganada por la confusión formal y la pretensión filosófica. Por el contrario, ilustre excluido, ahí tenemos la sólida obra de José Watanabe: una madurez poética que ha ido consolidándose con el paso de los años y que le ha valido un reconocimiento internacional que lo ha convertido en una de las principales voces de la poesía hispanoamericana contemporánea.

El periodismo por encima del hombro
En una nota de la página 139 se queja de que los últimos libros del poeta Domingo de Ramos “no han recibido más atención que la propia del periodismo cultural limeño”. Con ello sugiere que la crítica periodística esta subordinada o es “inferior” a la crítica académico-profesional, que autores como él fatigan con profusión y ligereza. Lo cierto es que estos dos tipos de acercamiento al texto tienen objetivos distintos, a veces hasta complementarios. Ambos géneros -como casi todo en la literatura- se degradan o se enaltecen según quien los ejerza. Este trato despectivo al periodismo se reitera en distintos tramos del libro. La vaca no se acuerda de cuando era ternera. El profesor Mazzotti ha olvidado interesadamente -en su “testimonio de parte” lo elude- y ha excluido de su hoja de vida su paso prolongado por el tristemente célebre El Nuevo Diario de Marka, pasquín senderista donde ejerció el cargo de editor del suplemento dominical Asalto al Cielo, aun en los momentos en que sus periodistas celebraban las más sangrientas acciones del terrorismo. En el momento de escribir esta reseña, tenemos sobre la mesa el Suplemento Nº 4 del mencionado vocero de Sendero Luminoso, nada menos que del 18 de mayo (aniversario del inicio de la lucha armada) de 1986. En el postón leemos lo siguiente: “Edición J.A. Mazzotti”, y en el editorial, titulado “Una nueva humanidad”, podemos leer esta “joya” del encomio violentista: “Pensemos sino (sic) en todas las Comunas que le quedan a la especie humana para que triunfe la vida (…) Marxistas, nietszcheanos, malditos, comunistas; nuestra cuarta granada está rodando por ahí (J. M.)”.

Si te vi, no me acuerdo
Y eso no es todo. El Nuevo Diario del domingo 13 de julio de 1986 titula casi con alegría: “ABIMAEL SE PRONUNCIA”, y en la volada dice: “DESPUÉS DEL GENOCIDIO”, en referencia a la matanza del Frontón. Luego hay un especial de varias páginas dedicadas a la monserga senderista, hasta que en la página 7, en la parte superior izquierda encontramos lo siguiente: “Culturales y espectáculos: J. Mazzotti. Con lo que su declaración de hace unos meses al diario La República, de que él y sus amigos se encontraron atrapados “entre dos fuegos” (la izquierda democrática y la subversión terrorista), se cae de falsa: definitivamente, el actual profesor de Harvard se alineó con uno de estos bandos. Este es el tipo de cosas que salen a la luz cuando la soberbia intelectual pretende cambiar la historia y promover imágenes que favorezcan sus predios y a sus vecinos y amigos, en desmedro de tanta gente que, felizmente, se preocupa solo de hacer su trabajo creativo de la manera más limpia posible, sin perseguir titulares de periódicos, como lo hacía Kloaka, ni caer en la manipulación, la desvalorización del otro, la mezquindad y todo lo que acarrea la obsecuencia ideológica y la interesada utilización de un prestigio académico quien sabe si bien ganado.

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Subte a mi moto
Según la Comisión de la Verdad, cuyo informe conocimos los peruanos hace tres semanas, los muertos y desaparecidos producto de la guerra interna ascienden a casi setenta mil personas. Y más del 60% son víctimas directas de Sendero Luminoso, a quienes muchos jóvenes literatos, poetas, críticos y plásticos de la época defendían -con más ignorancia que sensatez- desde sus cómodos y seguros estudios, atelieres, bares “liberados” y demás lugares donde se podía gritar a los cuatro vientos ese curioso “compromiso” con la lucha armada mientras se apuraba otro trago de Ron con Coca-Cola, o se pedían dos cervezas más para seguir creyendo en el “inminente triunfo de la guerra popular”. El inicio de los noventa confiesa Alonso Ruiz Rosas, agarra a los demás “resacosos pero exaltados rechazando todo dogmatismo. Sendero Luminoso había irrumpido y la paupérrima democracia respondió con barbarie a la barbarie. Hasta donde recuerdo, José Antonio Mazzotti -simpatizante del estúpido delirio senderista- era editor o algo por estilo de Asalto al Cielo, suplemento de El Nuevo Diario. Luego vino el desastre de García y, a partir de los noventas y la captura del demente Guzmán, el penoso espectáculo del dictador exitoso rodeado de plumas y plumíferos. Al margen de las poses y el bullicio, la poesía, como siempre, se refugió en la calidad y dignidad de algunas obras y actitudes”. Los ochenta fueron tiempos de violencia y fermento, tanto como el inicio de una modernidad creíble en el Perú. Ahora que real e imaginariamente la sombra abominable del violentísmo vuelve a cernirse sobre el país, es bueno recordar e interiorizar que si ese camino ya era poco lúcido y de “tonto útil” hace veinte años, hacerse el sueco -o el bostoniano- hoy, no solo es vergonzoso sino deshonesto. (Fin del reportaje)


Indignación en Harvard (Somos 20-09-03)
Cambridge, EE.UU., setiembre del 2003

No es la primera vez que se esgrimen insultos personales para compensar carencias literarias. Con extrañeza he leído el artículo de Víctor Coral, Jóvenes de 80. Con motivo de mi último estudio “Poéticas del Flujo: Migración y Violencia Verbales en el Perú de los 80”, ese redactor abunda en acusaciones de toda índole, que paso a despejar. No me interesa rebatir las deleznables opiniones literarias del antedicho periodista. Invito al público a leer mi libro y a sopesar el nivel crítico que allí se expone, donde la mitad del volumen se dedica a los poetas quechua escribientes y las poetas mujeres del 80 (contra lo que dice el redactor) y no se considera de importancia alguna (pues no pienso que la tenga) la obra literaria de algunos poetas y autores que escriben en Somos. Me interesa mas bien levantar los cargos malignos que se me imputan sobre supuestos alineamientos políticos, a partir de mi breve paso (de abril a diciembre del 86) por un periódico multipartidario como era El Nuevo Diario y su suplemento cultural Asaltoalcielo. En ellos trabajaron también muchos escritores jóvenes que tuvieron el aplomo de denunciar las atrocidades cometidas por el gobierno aprista contra los derechos humanos, sin llegar al extremismo partidario del que se nos acusa. Basta recordar que en otras publicaciones, como El Comercio mismo, un escritor de la talla de Mario Vargas Llosa señaló las “montañas de cadáveres” que dejo como saldo la masacre de los penales del 19 de junio de 1986, a los pocos días de ocurrida. ¿Qué tiene que ver todo esto con el debate literario? Obviamente nada, salvo la cobardía de quienes como el redactor Coral, su entrevistado Alonso Ruiz Rosas y su editor Óscar Malca no encuentran mejores argumentos para alojarse en el parnaso. Las citas fuera de contexto que el redactor esgrime son fácilmente refutables, pero no cansaré a sus lectores con minuciosidades más dignas de la avenida España que del jirón Miró Quesada. Aquí lo que hay es una venganza personal (algunos ponen el grito en el cielo por no haber terminado ni la secundaria y por que otros podemos competir exitosamente en el exigente mundo académico de los Estados Unidos). Lástima que la envidia profesional y los pequeños resentimientos poéticos se hayan transformado en afición a los juegos policíacos y hecho lucir tan absurdamente las páginas del mencionado suplemento.

Dr. José Antonio Mazzotti R.
Profesor asociado de Literatura Latinoamericana
Universidad de Harvard

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(A continuación los editores de Somos contestan la carta anterior de Mazzotti)
El distinguido profesor Mazzotti tiene razón en aquello de que su antiguo centro de labores, el pasquín llamado El Nuevo Diario, si bien era dirigido por Sendero Luminoso, daba cabida también a otros “partidos”, es decir Pukallacta e, inicialmente el MRTA -asimismo comprometidos con estrategias de violencia criminal- y en sus páginas se defendían, es cierto también, los derechos humanos, pero solo los de los terroristas (hay más información, que no figura en la nota publicada, sobre este pasquín y sus suplemento, en el libro “Inicio, Desarrollo y Ocaso del Terrorismo en el Perú”, del también distinguido coronel PN Benedicto Jiménez). El autor de la nota, por su parte, el poeta Víctor Coral, quien acaba de publicar una recopilación de ensayos sobre las poéticas del 80, anuncia que sus investigaciones sobre esa década continuarán, ya que el material -artículos, antologías, manifiestos- sobre la fascinación de ciertos intelectuales por el discurso abimaelista es abundante. Como es obvio, para Somos las risibles argumentaciones sobre supuestas “envidias” laborales son bastante menos importantes que el esclarecimiento histórico y político de lo ocurrido en la cultura peruana durante esos años de violencia.

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Con el mazo dando (Somos 04/10/03
Massachusetts, setiembre del 2003

Unas líneas para corregir la nueva desinformación del semanario Somos del sábado 20 de Setiembre último. El suplemento literario Asaltoalcielo nunca fue parte de El Diario, sino de El Nuevo Diario, una etapa anterior, de 1986, en la que participaban un accionariado de distintos partidos y numerosos independientes. Posteriormente, El Nuevo Diario se transformo en El Diario, igualmente compuesto de varias tendencias políticas y grupos poéticos y libertarios. Cuando Luis Arce Borja asumió la dirección ya muchos escritores e independientes de mi generación habíamos renunciado. Al momento pasé a trabajar como jefe de la página de espectáculos del suplemento Domingo de La República (de esto no se acuerda ninguno de estos periodistas, por que no les conviene), donde permanecí por largos meses sin problema alguno ni acusaciones absurdas de “senderismo”(al que nunca me adherí), hasta agosto del 88, en que salí legalmente y becado a los EE.UU. Curiosamente a nadie se le ocurriría calificarme de “apristoide”, por haber trabajado tanto tiempo en La República. Desde entonces, he salido y entrado del país por lo menos doce veces, sin ningún inconveniente, y siempre con fines de investigación académica. Y el hecho de que el Banco Central de Reserva me publicara un poemario en 1999 o el Congreso de la República el estudio “Poéticas del Flujo” en 2002 (motivo de esta fiebre periodística) no me convierten ni en fujimorista ni en toledista, como incoherentemente insinúan los detractores. Según ello, el premio COPÉ de Ruiz Rosas, otorgado hace pocos años por un tío suyo en el jurado, lo harían más fujimorista que nadie (ni olvidemos su antigua militancia en Vanguardia Revolucionaria y su acuerdo juvenil con la guerra del campo a la ciudad). Me temo que a los periodistas de Somos les falló el contacto con Dircote. Allí fui interrogado por más de ocho horas en junio del 87, y tuve ocasión de aclarar frente a la Policía Nacional (los únicos que tienen el derecho de interpelarme, y acudiré gustoso a declarar nuevamente si lo desean) mis funciones dentro del que, monolíticamente, se simplifica como periódico senderista o violentista. Invito a estos redactores a que vayan a la avenida España y hurguen como se debe, en vez de propalar inexactitudes que no hacen sino confundir y envenenar al público. Asimismo, los invito a que lean bien el libro del Coronel Benedicto Jiménez, en que se aclara el cambio de dirección en El Diario en fecha posterior a mí renuncia. Sin embargo, tal libro no está exento de errores, pues en la página 614 aparece mi nombre en una nómina de 1989, cuando hacía más de un año había salido del Perú.

José Antonio Mazzotti Ramos
Universidad de Harvard, EE.UU.

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(El siguiente texto es la respuesta a la anterior carta de Mazzotti, por parte del poeta Victor Coral)
Lima 27 de setiembre de 2003
Con respecto a los insultos y acusaciones que he recibido luego de la nota se Somos 875(Jóvenes de Ochenta), por parte de J.A. Mazzotti y sus amigos, no diré nada: son tan ridículos y faltos de sustento que no merecen la menor atención. Sí me referiré a las pocas y débiles “ideas”que ha esgrimido el profesor de Harvard para defender su incómoda posición. En primer lugar, nadie dijo que Mazzotti fuera senderista; su peculiar concepto de la valentía lo eximió de esos comprometedores menesteres, que sin embargo admiraba y elogiaba, como se aprecia en no pocos editoriales de Asaltoalcielo. Dijimos, sí, que tomó partido por uno de los bandos al trabajar no uno ni dos, sino nueve meses en el vocero senderista El Nuevo Diario, cuando era capitaneado por Carlos Angulo y el terrorista Luis Arce Borja era jefe de “Laborales”, poco antes de que tomara el mando de ese infame pasquín. En carta anterior, Mazzotti dice que su ex centro de trabajo era “multipartidario”. Cualquiera de los más de cuarenta editoriales de dicho vocero terrorista que tenemos fichados bastaría para rebatir ese enclenque “argumento”. Desde dichos editoriales Sendero Luminoso, socavaba y atacaba a todos los partidos políticos democráticos sin excepción, al APRA, IU, al PPC o al PUM, además de celebrar los “avances de la lucha armada” y gritar a los cuatro vientos que la única salida para le país era adherirse a la subversión.

Víctor Coral

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(El siguiente texto responde también a la carta de Mazzotti, por parte del poeta y columnista de Somos, Alonso Ruiz Rosas)

De entre los cargos que pretende hacerme el profesor Mazzotti el único cierto es que fui miembro de la juventud de Vanguardia Revolucionaria entre abril y noviembre de 1976; organización de la que me retiré por no estar de acuerdo con su dogmatismo. No he vuelto a tener militancia política, aunque sí simpatía por algunas candidaturas (Barrantes, Vargas Llosa y Pérez de Cuellar) y por los organismos defensores de los derechos humanos. No pretendo tampoco que se le haga ningún linchamiento al señor Mazotti, pero que no mienta: en los ochenta simpatizaba abiertamente con el senderismo. Nada más.

Alonso Ruiz Rosas

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(El siguiente texto también responde a la carta de Mazzotti, y es del Editor de la revista Somos, es decir de Óscar Malca)
La infantil insinuación (que revela la exacta catadura moral e intelectual de quien dice haberse pasado 20 años estudiando teorías literarias) contra el concurso ganado por Ruiz Rosas, cae sobre una institución que también premió a allegados a Kloaca como Eduardo Chirinos y Domingo de Ramos, y sobre un intachable poeta y periodista que trabajó en EL COMERCIO como es don Pedro Cateriano. Por otro lado, la nota del poeta Víctor Coral no consigna ninguna información proveniente del libro del Coronel PN Benedicto Jiménez; no obstante, SOMOS si considera que más allá de contadas inexactitudes en fechas y nombres, contiene valioso material sobre las responsabilidades de los aparatos de prensa del terrorismo, entre ellos El Nuevo Diario, aunque el doctor Mazzotti se esfuerce en negarlo. No vamos a insistir en el tema pues la evidencia es rotunda y basta revisar las páginas de ese pasquín -desde el primer hasta el último número- para corroborarlo. No creemos tampoco que quienes trabajan o trabajaron en el diario La República sean “apristoides”, como dice Mazzotti, pero haber sido uno de los editores principales de El Nuevo Diario, si bien no lo convierte en terrorista –el doctor siempre fue bueno con las teorías pero muy malo con las prácticas- si hace que sus libros y análisis político-literarios sean tan sinuosos como el serpentín de Pasamano. Y en lo que respecta a Somos esta polémica termina aquí.